San Esteban por Ermes Dovico

San Leonardo Murialdo

Antes de ser un hombre de acción, san Leonardo Murialdo era un hombre de oración, seguro de que «el hombre que reza es el más poderoso del mundo»

Santo del día 30_03_2020 Italiano English

«No conviertas la religión en algo o sólo sobrenatural o sólo humano. Hazla sobrenatural y humana. A la virtud añade la bondad, la dulzura, el espíritu de amistad, la naturalidad, la desenvoltura, la alegría festiva…». En estas palabras de san Leonardo Murialdo (26 de octubre de 1828 - 30 de marzo de 1900) está resumida toda la vida de este gran sacerdote turinés, hecha de confiado abandono a la Providencia e incansable caridad hacia los huérfanos, los jóvenes y los obreros. Para ello, puso en marcha una serie extraordinaria de obras e iniciativas, que iban unidas a la educación cristiana.

Todo ello en la Turín del siglo XIX, en la que surgieron un santo más luminoso que otro, a pesar del gran clima anticlerical que había en la ciudad. «Turín aparece ante nosotros, sobre todo en el siglo pasado -escribió Pablo VI en 1970, con ocasión de la canonización de Murialdo-, una Ciudad elegida y bendecida, una Ciudad de Santos. ¡Pensemos en Don Bosco! Tanto nomini… pensemos en [José Benito] Cottolengo, en [José] Cafasso, en Domingo Savio, en María Mazzarello y en otras figuras resplandecientes de virtudes cristianas cuyas raíces de santidad se hunden en la noble tierra piamontesa».

Nacido en una familia pudiente y numerosa (eran nueve hijos), Leonardo se quedó huérfano de padre a los cinco años de edad. A los ocho fue a estudiar a los Escolapios, en Savona, y poco a poco maduró en él la vocación sacerdotal. Tras los estudios de teología en su Turín natal, durante los cuales perdió a su madre, fue ordenado el 20 de septiembre de 1851. Durante el ejercicio de su ministerio conoció a san Juan Bosco, que le confió la dirección del Oratorio de San Luis. Sin embargo, su apostolado dejará su huella sobre todo en una obra fundada por don Giovanni Cocchi (1813-1895), el Colegio de los Artesanitos. Aquí, los niños -en su mayoría abandonados o con situaciones familiares muy difíciles- recibían una educación básica y, a partir de los doce años, aprendían el oficio de herrero, carpintero, encuadernador o tipógrafo en los talleres correspondientes. El padre Murialdo asumió la dirección del colegio en 1866, convirtiéndose en el alma del mismo hasta su muerte, acaecida 34 años después.

Dentro del edificio de corso Palestro, el 19 de marzo de 1873, en la fiesta del padre putativo de Jesús, el santo fundó la que hoy es conocida como Congregación de San José (cuyos miembros son conocidos como los «josefinos de Murialdo»), cuyo fin también era educar cristianamente a los jóvenes. En una época en que Turín conocía un desarrollo industrial galopante y la mayoría no se preocupaba de los aspectos negativos de dicho desarrollo, el padre Murialdo se preocupaba por los parados y la clase obrera. Lo hizo, no siguiendo la visión subversiva del socialismo, sino desde una perspectiva católica (definida en 1891, de manera admirable, por la Rerum Novarum de León XIII), cuyo objetivo era, principalmente, eliminar las causas de los conflictos sociales y obtener unas condiciones de trabajo dignas. Con este fin dedicó sus esfuerzos a conseguir que se redujera la jornada laboral a ocho horas y a garantizar el descanso en los días festivos. Bajo su impulso nacieron la Unión Obrera Católica de Turín (1871), una oficina de empleo, colonias agrícolas, escuelas técnicas y preparatorias de agricultura, un fondo de ayuda mutua, cursos de catequesis nocturnos, casas-familia para los obreros jóvenes, etc.

Antes de ser un hombre de acción, san Leonardo Murialdo era un hombre de oración, seguro de que «el hombre que reza es el más poderoso del mundo». Decía que «la oración es el alma y la fuerza del hombre. Hágase con humildad, confianza y perseverancia». Gracias a esta confianza en Dios y en la intercesión de la Virgen, de la que era muy devoto, el sacerdote consiguió superar las dificultades económicas vinculadas a sus muchas obras (nos informa de ello su extenso epistolario, que consiste, a fecha de hoy, en 2.379 cartas encontradas y publicadas). Había experimentado la Misericordia divina desde los años de su crisis juvenil (como recordó en su Testamento espiritual). Por ello, enseñaba a dejarse amar por Él. Hablaba de «tres milagros del amor de Dios. El Pesebre con el Niño Jesús: él nos enseña la humildad, la pobreza, la resignación. El Calvario con Jesús Crucificado: es la cátedra que enseña las grandes verdades del amor de Dios por los hombres, y del amor de los hombres por Dios. La Eucaristía con Jesús Sacramento: es la perfección del amor; Jesús viene a nosotros, nos ama, se une a nosotros».

Para saber más:

Los escritos