San Juan de la Cruz
No sólo nos transmitió una doctrina mística iluminadora, sino que al mismo tiempo fue un hombre muy concreto, que apoyó a santa Teresa de Ávila en la reforma del Carmelo
Reconocido como “el más santo de los poetas y el más poeta de los santos” (como lo llamaba el poeta español Antonio Machado) y llamado Doctor Mysticus, san Juan de la Cruz (1542-1591) no sólo nos transmitió una doctrina mística iluminadora en la que nos presenta un camino seguro de santidad, sino que al mismo tiempo fue un hombre muy concreto, que apoyó a santa Teresa de Ávila en la reforma del Carmelo. Para acompañar espiritualmente a los conventos reformados tuvo que caminar miles de kilómetros. Su adhesión al deseo de reforma de Teresa para devolver al Carmelo a la estricta obediencia de la regla original para fomentar el recogimiento con Dios le causó un enorme sufrimiento. Pero las pruebas lo forjaron y lo ayudaron en el camino de la santidad porque, escribió, “no encontrarás lo que más deseas o anhelas ni por tu camino ni por el camino de la alta contemplación, sino en una gran humildad y sumisión del corazón”.
Nacido en un pueblo de Castilla, había crecido en una familia muy pobre porque su padre, del que había quedado huérfano en la infancia, había sido desheredado por casarse con una humilde tejedora. Para ayudar a su madre, Juan hizo varios trabajos pequeños durante su adolescencia, hasta que entró en el Colegio Jesuita de Medina del Campo, donde estudió ciencias humanas y lenguas clásicas. La vocación que se había formado en él lo llevó en 1563 a comenzar su noviciado en el Carmelo de la ciudad. Comenzó sus estudios teológicos y filosóficos en la Universidad de Salamanca y se hizo sacerdote, pero en esa fase la incomodidad causada por el ablandamiento de la regla carmelita le hizo pensar en entrar en el monasterio cartujano.
En 1567 tuvo lugar un encuentro con Teresa de Ávila (1515-1582), que mientras realizaba la reforma de la rama femenina del Carmelo explicó a Juan sus ideas sobre la rama masculina y le pidió ayuda “para la mayor gloria de Dios”. Fue un punto de inflexión para ambos. Juan se unió con entusiasmo al proyecto de Teresa, que a su vez se benefició de la profundidad del joven carmelita que se convirtió en su director espiritual, como ella misma escribió: “Era tan bueno que fui yo quien tuvo que aprender mucho más de él de lo que yo podía enseñarle”. De la unión de sus carismas nació un año después el primer convento de Carmelitas Descalzos y fue entonces cuando el santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Pronto surgieron conflictos entre la rama masculina y los carmelitas no descalzos, que continuaron con la regla atenuada y en 1577 llegaron a encarcelar a Juan con una acusación injusta. Fue encarcelado durante ocho meses, sufriendo humillaciones físicas y morales, antes de poder escapar.
Precisamente en la cárcel escribió varios poemas y sobre todo el Cántico Espiritual, que más tarde comentaba versículo por versículo describiendo cómo el camino de purificación del alma conduce a la alegría de la “posesión de Dios”, término que está en el corazón de la mística de Juan y que el alma sólo puede experimentar cuando ama a Dios de la manera en que es amada por él. Esto sólo es posible casándose con Su voluntad. En otras obras famosas, la Subida al Monte Carmelo y la Noche Oscura, explica que el alma puede alcanzar las alturas de la perfección purificándose a través de lo que él llama “noches oscuras”: en primer lugar la “noche de los sentidos”, que consiste en la renuncia a las cosas temporales y a las pasiones contrarias a Dios, el Bien Supremo; y luego la “noche del espíritu”, un despojo interior de sí mismo, la fase más difícil de la ascensión que el alma puede realizar con las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que purifican el intelecto, la memoria y la voluntad.
En esta ascensión a Dios -que Juan, proclamado Doctor de la Iglesia por Pío XI, simboliza con la cima del Carmelo- el alma debe ciertamente esforzarse, pero al mismo tiempo debe ser consciente de que será la gracia del Espíritu Santo la que la ayudará a elevarse, siempre que haya una voluntad íntima de abrirse a la acción divina, que puede actuar mediante pruebas purificadoras. La suya es una mística basada enteramente en el misterio trinitario y en la encarnación de Cristo: “El Padre pronunció una Palabra, que fue su Hijo, y la repite siempre en eterno silencio. Por lo tanto, en silencio debe ser ésta escuchada por el alma”.
Patrono de: poetas de habla hispana, místicos
Para saber más:
Maestro en la fe, 14 de diciembre de 1990 (Juan Pablo II)
Audiencia general, 16 de febrero de 2011 (Benedicto XVI)