San Ireneo de Lyon
Discípulo de san Policarpo, que a su vez fue discípulo de san Juan Evangelista, fue el primer teólogo que vivió después de la era apostólica y que realizó una síntesis orgánica del cristianismo
San Ireneo de Lyon (130-202), discípulo de san Policarpo, que a su vez fue discípulo de san Juan Evangelista, fue el primer teólogo que vivió después de la era apostólica y que realizó una síntesis orgánica del cristianismo. Dejó como herencia una doctrina riquísima, señalando la importancia de la primacía de la Iglesia de Roma y el papel de María como la nueva Eva.
Era originario de Esmirna, Asia Menor, al igual que su maestro Policarpo, de quien Ireneo siempre mantuvo un recuerdo vívido, como se desprende de una carta llena de caridad y dirigida a un viejo amigo, que luego se convirtió en hereje, y que bien expresa la importancia de la sagrada Tradición (del latín tradere, «transmitir») bajo la custodia de la verdad: «Podría decirte el lugar donde el beato Policarpo solía sentarse para hablar con nosotros [...], los discursos que daba a la gente, mientras relataba los encuentros que había tenido con Juan y con los otros que habían visto al Señor, cómo recordaba sus palabras y cuáles eran las cosas que había escuchado de ellos acerca del Señor, sus milagros y sus enseñanzas».
No sabemos el año exacto en que Ireneo se mudó a la Galia, pero se sabe que en el año 177 se encontraba ya en el colegio de presbíteros de Lyon. Ese mismo año, la primitiva comunidad cristiana de Lyon lo llamaba «celador del testamento de Cristo», enviándole en misión a Roma para abordar el problema de la herejía montanista con el papa Eleuterio. A su regreso a Lyon, fue elegido obispo de la ciudad porque, mientras tanto, san Potino († 177), fundador de la diócesis y de noventa años de edad, había muerto a causa del maltrato en prisión y con él otros 47 mártires que subieron al Cielo, asesinados por Marco Aurelio. Ireneo, quien luego sufrió el martirio hacia el 202 (bajo Septimio Severo), tuvo que trabajar para reconstruir una comunidad aminorada por las persecuciones y para transmitir la fe verdadera. Condensó su estudio teológico en los cinco libros Contra las Herejías y en La Exposición de la predicación apostólica, que se puede considerar también como el más antiguo «catecismo de la doctrina cristiana».
Sobre todo, rebatió los errores de los gnósticos, que despreciaban la fe sencilla de la Iglesia y enseñaban que la salvación sólo se podía lograr a través del conocimiento revelado a unos pocos iniciados. Conocimiento que por lo tanto es elitista, intelectualista y que conduce a muchas 'verdades' contradictorias. A la soberbia de la gnosis Ireneo respondía diciendo que la verdad es única, pública, accesible a todos y transmitida por los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, bajo la guía del Espíritu Santo.
Al exponer el principio de sucesión apostólica, que es esencial para la transmisión de la fe verdadera, enseñó: «La tradición de los Apóstoles, que ha sido manifestada en el mundo entero, puede ser percibida en toda la Iglesia por todos aquellos que quieren ver la verdad. Y nosotros podemos enumerar a los obispos que fueron establecidos por los Apóstoles en las Iglesias y sus sucesores hasta nosotros». El obispo de Lyon explicó entonces que la Iglesia «suprema, antiquísima y por todos conocida», es decir, aquella «fundada en Roma por los gloriosos Apóstoles Pedro y Pablo», es el fundamento establecido por Dios para confirmar a sus hijos en la única fe: «A esta Iglesia, por su particular primacía, es necesario que pertenezca cada Iglesia, es decir, los fieles que están en todas partes, ya que en ella siempre se ha conservado la tradición de los Apóstoles».
Merece al menos una mención su profunda doctrina mariana, que siempre une a la Madre con la obra del Hijo Redentor. Esta es una base importante para la posible definición del dogma de María Corredentora. Ireneo, citado no por casualidad en el octavo capítulo de la Lumen Gentium, reconoce el importante papel de María en la historia de la salvación. Y, sobre la base de la enseñanza paulina de Cristo como el nuevo Adán, escribió: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María, porque lo que la virgen Eva había atado con su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe». Por esta razón, atribuyó a la Virgen el título de «abogada», título que a lo largo de los siglos se ha vuelto muy querido por los fieles.
Más información:
Catequesis de Benedicto XVI sobre san Ireneo (28 de marzo de 2007)
Obras completas de san Ireneo