San Columbano por Ermes Dovico

San Guido Maria Conforti

El fundador de los Misioneros Xaverianos nunca dejó de impulsar la evangelización de las personas no cristianas del mundo, así como la necesidad de volver a transmitir la fe auténtica en las regiones italianas, convertidas en terreno fértil a causa de las ideologías que invadían un País que iba poco a poco secularizándose

Santo del día 05_11_2020 Italiano English

Leyendo su biografía se siente nostalgia por pastores como san Guido Maria Conforti (1865-1931). El fundador de los Misioneros Xaverianos nunca dejó de impulsar la evangelización de las personas no cristianas del mundo, así como la necesidad de volver a transmitir la fe auténtica en las regiones italianas, convertidas en terreno fértil a causa de las ideologías que invadían un País que iba poco a poco secularizándose.

Octavo de diez hijos, realizó los estudios primarios en el Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Su vocación maduró en esos años: en el camino hacia el colegio se detenía cada día en la iglesia para contemplar el crucifijo. «Yo le miraba a Él y Él me miraba a mí y parecía que me decía muchas cosas», recordó siendo ya obispo, definiendo a Cristo crucificado como «el gran libro con el que se han formado los santos y con el que debemos formarnos también nosotros».

La lectura en el seminario de la vida de san Francisco Javier inspiró su impulso misionero. Sus problemas de salud le impidieron hacer realidad su sueño de ir a misión, pero no por eso se desalentó: en 1895 fundó un seminario misionero que años más tarde se convirtió en la Congregación de San Francisco Javier para las Misiones Extranjeras. A finales de siglo partieron sus dos primeros misioneros hacia China. Él no pudo ir hasta 1928, profetizando que «en un tiempo no lejano tendrá una gran influencia sobre el equilibrio mundial». La congregación se difundió rápidamente en Italia y en el extranjero, atrayendo numerosas vocaciones. Guiar la congregación no fue la única actividad que ocupó su tiempo. Tres años después de ser nombrado arzobispo de Rávena (cargo que dejó porque su salud había empeorado), fue nombrado obispo de Parma, diócesis que guió durante veinticuatro años, hasta su muerte.

Promovió la formación de los laicos, la prensa católica y la cultura del clero, al que empujaba a la santificación. Recorrió miles de kilómetros para visitar cada rincón de su diócesis, y escuchaba a todos los que se dirigían a él en busca de apoyo material o espiritual. Se dedicó también a aplacar los conflictos sociales entre los campesinos y los terratenientes, consoló a los heridos de la Primera Guerra Mundial, acogió con favor el nacimiento del Partido Popular, aunque convencido de que el compromiso de los católicos en política le correspondía sobre todo a los laicos. Se enfrentó a Italo Balbo, contribuyendo a resolver los sucesos que ensangrentaron Parma en agosto de 1922.

Los fieles lo consideraban ya santo en vida. Como cuenta un testigo de la época, «las personas se arrodillaban en medio de la calle para recibir la bendición del obispo». Su primer pensamiento era siempre la evangelización: en su carta-testamento recordó a los xaverianos que mantuvieran un constante «espíritu de fe viva que nos haga ver a Dios, buscar a Dios, amar a Dios en todo, agudizando en nosotros el deseo de difundir su Reino por doquier».