San Gaudencio de Brescia
Su doctrina cristalina y sencilla se difundió por el mundo cristiano, hasta el punto que fue animado para que escribiera.
Al igual que había sucedido en Milán a su contemporáneo y amigo san Ambrosio, también san Gaudencio de Brescia († 410) aceptó la carga episcopal superando su gran reticencia inicial. Le convencieron el clero y la obstinación del pueblo, que incluso llegó a jurar que no aceptarían otro obispo que no fuera él. Evidentemente, el humilde Gaudencio gozaba ya de la fama de un santo hombre. A la vuelta de la peregrinación a Tierra Santa, donde entretanto había ido, sucedió a san Filastro († 387) en la guía de la Iglesia de Brescia. Fue consagrado por el mismo Ambrosio, que después le invitó a Milán para un ciclo de homilías.
Había vuelto de Tierra Santa con reliquias de san Juan Bautista y de otros mártires, que conservó en una basílica que fundó y que, en honor de los santos, llamó Concilium Sanctorum. Había comprendido la naturaleza apostólica de la Iglesia y procuraba transmitir su mismo amor a los fieles. «Tengamos vivas, hermanos, las memorias de los Santos Apóstoles; tengámoslas vivas con la fe, con las obras, con la conducta, con la palabra», dijo en uno de sus sermones, que quizás nunca hubieran sido escritos sin la petición de un noble de Brescia, llamado Benévolo, al que la enfermedad le había impedido participar en las funciones pascuales, y por lo cual rogó al santo que le hiciera llegar sus predicaciones. Gaudencio accedió a su petición, escribiendo un prefacio en el que subrayaba el valor del sufrimiento en el designio divino para la redención.
Su doctrina cristalina y sencilla se difundió por el mundo cristiano, hasta el punto que fue animado para que escribiera. «Tienes un ingenio tan vivo y un espíritu tan gentil, que es necesario escribir todo lo que vas diciendo tanto en la simple conversación como en la predicación en la iglesia», le escribió el teólogo e historiador Rufino de Aquilea. El papa Inocencio le quiso en la delegación que envió a Constantinopla para defender la causa de san Juan Crisóstomo, al que el patriarca Teófilo de Alejandría y Eudosia, mujer del emperador Arcadio, enviaron al exilio. Gaudencio y sus compañeros fueron maltratados y arrojados en prisión sin permitirles siquiera que entraran en la ciudad. Consiguieron volver sanos y salvos a casa solo algunas semanas más tarde, y recibieron hermosas palabras de consuelo y gratitud de Crisóstomo.
Para saber más:
Sermones, de san Gaudencio