San Félix I
Su pontificado comenzó el 5 de enero del año 269, mientras en la Iglesia se planteaba la cuestión del obispo de Antioquía de Siria, Pablo de Samósata.
El pontificado de san Félix I († 30 de diciembre de 274) comenzó el 5 de enero del año 269, mientras en la Iglesia se planteaba la cuestión del obispo de Antioquía de Siria, Pablo de Samósata, uno de los máximos exponentes del adopcionismo, que negó heréticamente la divinidad de Cristo y afirmó que Dios Hijo no era más que una criatura especial “adoptada” por el Padre.
Pablo fue un protegido de la ambiciosa reina de Palmira, Zenobia, que se atribuía el “título divino” de Descendiente de Cleopatra. Su doctrina, una de las muchas herejías sobre la Santísima Trinidad que surgieron en los primeros siglos del cristianismo, fue refutada y condenada por un sínodo celebrado en Antioquía en el año 268: los pastores allí reunidos depusieron al obispo herético (nombrando a Domno en su lugar) y escribieron una carta con las razones de la decisión al Papa Dionisio, al obispo de Alejandría y a todas las provincias de la cristiandad.
La carta, recogida en la Historia Ecclesiastica de Eusebio, llegó a Roma cuando, tras la muerte de san Dionisio († 26 de diciembre de 268), había comenzado el ministerio petrino de su sucesor Félix, que por tanto tuvo que ocuparse del asunto. Además de destacar los errores doctrinales, la epístola hablaba de la conducta moral de Pablo, acusado de haber obtenido grandes riquezas de manera ilícita, del orgullo que mostraba al culpar a quien no le adulaba y de haber prohibido los cánticos en honor de Jesucristo.
Pero a pesar de la deposición, Pablo no dejó la sede de la Iglesia de Antioquía hasta cuatro años después, cuando Aureliano derrotó a Zenobia y ordenó que el edificio episcopal fuera asignado a aquellos que tenían relaciones epistolares con los obispos italianos y en particular con el obispo de Roma. Un hecho que atestigua la importancia que la Santa Sede había logrado adquirir entre una persecución y otra, y también en las relaciones con el Imperio a pesar del paganismo de Aureliano (†275). Sin embargo, más tarde el emperador cambió su actitud y, si no hubiera fallecido, probablemente habría acabado persiguiendo a los cristianos él también.
La breve biografía del Liber Pontificalis informa que Félix ordenó que se celebraran Misas en las tumbas de los mártires, un probable rastro de la costumbre litúrgica de las Misas ad corpus (literalmente “cerca del cuerpo”, es decir, las santas reliquias) que se arraigó más tarde. De la Depositio episcoporum, un documento del siglo IV (incluido en el Cronógrafo del 354) que indica los últimos 12 obispos de Roma y su entierro, sabemos que Félix fue enterrado en las Catacumbas de San Calixto.