Guerra contra el rito antiguo, no fueron los obispos quienes la desataron
La voluntad del episcopado, invocada por Francisco para «acabar» con la Misa en latín, parece muy diferente según los documentos examinados en La liturgia non è uno spettacolo (La liturgia no es un espectáculo). Nadie quería una guerra, explica el coautor, monseñor Bux, sino que la Iglesia necesita paz litúrgica.

No fue el episcopado mundial el que pidió «encarcelar» la Misa en rito antiguo, como afirmó el papa Francisco al declarar que el motu proprio Traditionis Custodes era la respuesta a una petición concreta de los obispos consultados al respecto. Una primicia de la periodista Diane Montagna muestra, con documentos en mano, una realidad muy diferente sobre esa consulta: nadie pidió ni la abolición total del Summorum Pontificum de Benedicto XVI (que había abierto esas puertas que luego Francisco cerró bruscamente), ni mucho menos la desaparición total de la liturgia antigua (objetivo explícito de Traditionis Custodes). Para arrojar luz sobre la documentación intervienen también mons. Nicola Bux y Saverio Gaeta, coautores del libro La liturgia non è uno spettacolo. Il questionario ai vescovi sul rito antico, arma di distruzione di Messa (Fede&Cultura, Verona 2025). Monseñor Bux, entrevistado por La Nuova Bussola Quotidiana, sitúa la controvertida génesis y las repercusiones de Traditionis Custodes en el amplio horizonte de la «paz litúrgica» deseada en su momento por Benedicto XVI y dramáticamente interrumpida en 2021.
Monseñor Bux, ¿no fue entonces la mayoría de los obispos la que presionó para «acabar» con la Misa tradicional?
El primero en sorprenderse fue el papa Benedicto, como sabemos por el libro de monseñor Gänswein, Nient’altro che la verità (Nada más que la verdad). Pero también para muchos otros fue sorprendente que los obispos del mundo tuvieran una posición tan negativa hacia un acto —el Summorum Pontificum— que efectivamente había devuelto la paz litúrgica, deseada por el propio Benedicto XVI, y al mismo tiempo había hecho justicia a un patrimonio precioso y milenario. Por otra parte, no se entiende por qué se redescubre la tradición en todas partes, incluso en el ámbito gastronómico (la «cocina tradicional»), pero esto no debe valer para la liturgia. Por no hablar del gran patrimonio de los ritos orientales, recientemente destacado por León XIV.
Las medidas de Traditionis Custodes también se justificaron apelando a supuestas actitudes antieclesiales. Sin embargo, al leer las respuestas de los obispos, se tiene la impresión de que se trata de casos aislados y que no justifican la abolición del Summorum Pontificum...
Siempre es difícil analizar el sentido de la Iglesia y la fe del pueblo. Se podría hacer entonces un análisis de todas las personas que asisten a la Misa ordinaria: si tienen sentido de la Iglesia, si se sienten unidos a la Iglesia en las verdades de la fe y la moral. Sabemos bien que no es así. Por lo tanto, atribuir al rito extraordinario un sensus Ecclesiae distorsionado no es correcto. Ha habido desacuerdos por todas partes, incluso en el ámbito progresista (pensemos en el Catecismo holandés), pero eso no es motivo para excluir a personas de la Iglesia.
En el cuestionario, algunos obispos reconocen los efectos positivos del rito antiguo también para quienes celebran el nuevo. Pero entonces, ¿prohibirlo sería una pérdida para todos, no solo para este o aquel grupo?
Ciertamente. Si la forma ordinaria o Novus Ordo —que sus defensores presentan como un desarrollo de la antigua— ha conocido, como sabemos, «deformaciones al límite de lo soportable» (Benedicto XVI, 7 de julio de 2007), evidentemente significa que necesitaba ese restablecimiento del sentido del misterio que está muy presente en las liturgias orientales (como recordó el papa León) y que también está presente en el rito antiguo. Incluso los ortodoxos que a veces participan en el rito llamado extraordinario o Vetus Ordo quedan impresionados. Como estudioso de la liturgia bizantina, puedo decir que si hay un rito muy similar al bizantino es el rito romano antiguo. Entonces, ¿por qué romper una relación que, entre otras cosas, es muy positiva para el encuentro con los cristianos de Oriente? Solo quiero recordar que cuando se publicó el motu proprio Summorum Pontificum, el entonces patriarca de Moscú, Alejo II, felicitó al papa Benedicto porque dijo que solo recuperando las raíces, las tradiciones y las liturgias comunes, los cristianos se volverían a acercar.
¿Cuáles han sido hasta ahora los efectos de Traditionis Custodes?
Creo que, en general, el efecto no ha sido tan impresionante. Ciertamente, la obediencia que debe caracterizar a los obispos y sacerdotes ha ralentizado obviamente la celebración del rito romano antiguo, pero difícilmente podrá detenerlo. La realidad de la traditio es como el agua del río, que se enriquece a medida que fluye. Pero si rechazamos esta riqueza de la fe, de la oración, de la liturgia que hemos recibido, ¿cómo pretendemos que las nuevas generaciones puedan acercarse a la Iglesia católica? Miremos, en cambio, a los jóvenes que participan en las peregrinaciones tradicionales, como París-Chartres o Covadonga en España, y otras que se anuncian. El deseo es que se abandone de una vez por todas la ideología que tiende a adherirse a la eclesiología y a la liturgia, porque la Iglesia es siempre una realidad que viene de lo alto, la Jerusalén celestial que desciende entre nosotros, no algo que «se hace». El papa Benedicto insistió mucho en esto: la liturgia no es fruto de nuestro arbitrio como sacerdotes u obispos, ni siquiera del papa y de la Sede Apostólica. Porque también el Papa está sujeto a la Palabra de Dios y, por tanto, a la tradición que esta Palabra ha transmitido a lo largo de dos milenios hasta llegar a la generación actual.
¿Es por eso que el volumen se abre con un excursus sobre la Misa a lo largo de los siglos?
Exacto, es para demostrar —con un excursus necesariamente sintético— que lo que profesamos proviene de la tradición apostólica, no de la inventiva de alguien. En el libro hemos querido situar la cuestión de las valoraciones del cuestionario en su contexto adecuado y luego concluir con los acontecimientos recientes, desde Summorum Pontificum hasta Traditionis Custodes, para luego dirigir un llamamiento al Papa.
Es pronto para decir cómo actuará León XIV, pero ¿qué se puede esperar para el futuro de la «paz litúrgica»?
Hay que retomar el camino de la «reforma de la reforma», en el sentido en que lo entendió Benedicto XVI, partiendo de la constatación de que la reforma litúrgica no ha despegado propiamente, o ha volado muy bajo, hasta el punto de permitir deformaciones, arbitrariedades, Misas sobre colchonetas, etc. Esto se debe a que no ha sido «blindada» por normas canónicas y sanciones, a pesar de que Sacrosanctum Concilium era muy clara al respecto, advirtiendo que nadie, «ni siquiera los sacerdotes, se atrevan, por iniciativa propia, a añadir, suprimir o cambiar nada en materia litúrgica» (22,3). Preguntémonos qué ha sucedido en estos sesenta años y volvamos a estudiar cómo han ido las cosas. Hago una propuesta directamente al Papa y al prefecto del Culto Divino: que se tenga el valor de estudiar los documentos del Consilium instituido por Pablo VI para la ejecución de la reforma litúrgica, o las Memoires de Louis Bouyer, uno de los grandes expertos que participaron en ella... que se tenga el valor de decir la verdad. Y luego recuperar, no mediante la imposición, sino con la paciencia de la caridad, lo que ha quedado en el suelo, reimplantar los sarmientos cortados, por usar una imagen agustiniana.
Esta es la labor que yo definiría «reforma de la reforma», sin pretensiones ideológicas, sino como un hecho, un diálogo respetuoso, que ciertamente no puede realizarse de la noche a la mañana. Mientras tanto, dejemos «fermentar» las dos formas rituales, como ha dicho la mayoría de los obispos en respuesta al cuestionario y como desea el Summorum Pontificum.
Si Jesús habla del escriba sabio que saca de su tesoro nova et vetera, cosas nuevas y cosas antiguas, no se entiende por qué no podemos hacerlo nosotros con el grandísimo patrimonio tradicional de la liturgia.