San Marcos por Ermes Dovico

San Dámaso I

Gobernó la Iglesia en una fase en la que las herejías se abatieron sobre la Divina Trinidad, contra las que luchó enérgicamente con la ayuda, entre otros, de san Jerónimo, al que encargó traducir la Biblia al latín

Santo del día 11_12_2020 Italiano

El pontificado de san Dámaso I (304-384) estuvo lleno de acontecimientos. Ascendió al trono petrino en el año 366 y gobernó la Iglesia en una fase en la que las herejías se abatieron sobre la Divina Trinidad, contra las que luchó enérgicamente con la ayuda, entre otros, de san Jerónimo, que durante algún tiempo tuvo como secretario y al que encargó traducir la Biblia al latín. Ya el pontificado de su predecesor Liberio había estado marcado por fuertes contrastes con los arrianos que, aunque habían sido declarados herejes por el Concilio de Nicea en el año 325, aún gozaban de gran influencia gracias también al apoyo del emperador Constancio II (fallecido en el año 361), uno de los líderes responsables de la persecución de san Atanasio, el opositor más firme de la herejía arriana, negador de la divinidad de Cristo.

Desde el momento de su elección, Dámaso tuvo que enfrentarse a los intentos de usurpación del antipapa Ursino, que durante años actuó con sus seguidores conspirando contra el legítimo pontífice. Entre sus seguidores más importantes se encontraba san Ambrosio, obispo de Milán desde el año 374 y autor de la famosa máxima Ubi Petrus, ibi Ecclesia (“Donde está Pedro, allí está la Iglesia”), y que en el Concilio de Aquilea del año 381 tuvo un papel decisivo para que Ursino fuera declarado usurpador. Por su parte, para defender la unidad de la Iglesia y la autoridad de la Sede Romana, estrechamente relacionada con ésta, Dámaso recordó que el primado petrino se basa teológicamente en las mismas palabras del Señor y en particular en las de Mateo 16, 17-19; y que Roma había sido el lugar donde Pedro y Pablo habían terminado el curso de su vida terrena, sufriendo el martirio el mismo día durante las persecuciones de Nerón.

En su lucha contra las herejías, Dámaso convocó dos sínodos en Roma en los que se condenó el apolinarismo, que formulaba heréticamente la idea de una naturaleza humana incompleta en Jesucristo, y el macedonianismo, otra herejía que proclamaba la subordinación del Espíritu Santo al Padre y al Hijo. Como resultado del sínodo de Antioquía en 378, depuso a todos los obispos seguidores del arrianismo, que bajo su pontificado se debilitó considerablemente tanto por su carisma y la ayuda de personalidades como Ambrosio, Basilio el Grande y Jerónimo, como por la política favorable de los emperadores Graciano y Teodosio I, que con el edicto de Tesalónica de 380 declararon al cristianismo como religión oficial del imperio. Al año siguiente hubo también un acontecimiento de importancia absoluta en la historia de la Iglesia, el primer Concilio de Constantinopla (Dámaso no participó personalmente, sino que envió sus legados allí), que integró el Credo Niceno mencionando explícitamente algunos de los fundamentos de la Divina Trinidad y confirmando la condena de las principales herejías.

Dámaso también es recordado por su atención a la Liturgia (promovió el latín como lengua oficial), la restauración de varios edificios sagrados y su devoción a los mártires a los que dedicó varios epigramas a medida que se iban identificando las tumbas en las catacumbas. Su decreto De explanatione fidei, promulgado con ocasión del Concilio de Roma en el año 382, es el primer acto papal que conocemos que contiene el canon completo de la Biblia, de acuerdo con una carta de san Atanasio del año 367, quien a su vez había sistematizado orgánicamente una obra iniciada por los Padres de los siglos anteriores. Y siempre en el año 382 instó a Jerónimo a hacer la traducción latina de las Sagradas Escrituras, universalmente conocida con el nombre de Vulgata.