San Bonifacio
Infatigable misionero, culto, apasionado por la Palabra de Dios, desempeñó un papel decisivo en la cristianización de Europa central. Fue llamado el Apóstol de Alemania
Infatigable misionero, culto, apasionado por la Palabra de Dios. Por amor a su Creador, llegó a realizar su último viaje a los 80 años, con el deseo de anunciar el Evangelio a los paganos que al poco tiempo lo martirizaron.
San Bonifacio (673-754), obispo y monje benedictino, fue llamado el Apóstol de Alemania. Desempeñó un papel decisivo en la cristianización de Europa central. Con su celo, como dijo Benedicto XVI, “promovió el encuentro entre la cultura romano-cristiana y la cultura germánica. En efecto, sabía que humanizar y evangelizar la cultura era parte integrante de su misión de obispo. Transmitiendo el antiguo patrimonio de valores cristianos, implantó en las poblaciones germánicas un nuevo estilo de vida más humano, gracias al cual se respetaban mejor los derechos inalienables de la persona. Como auténtico hijo de san Benito, supo unir oración y trabajo (manual e intelectual), pluma y arado”.
Nativo de Crediton, en el reino anglosajón de Wessex, fue bautizado con el nombre de Winfrido. Después de ingresar en el monasterio a una edad muy temprana, fue ordenado sacerdote cuando tenía unos 30 años. Mientras tanto, por su gran inteligencia, se había convertido en profesor de gramática latina y escritor de tratados. Con el tiempo, fue surgiendo en él un gran impulso misionero. En 716 dejó Inglaterra y se fue a Frisia (en la actual Holanda) con algunos compañeros, con la intención de evangelizarla. Después del fracaso de ese primer intento, causado por circunstancias desfavorables, Winfrido se fue a Roma para obtener algunas indicaciones de san Gregorio II (papa de 715 a 731). El pontífice le impuso un nuevo nombre: Bonifacio. Y le dio el encargo oficial de anunciar el Evangelio entre los pueblos germánicos. En una segunda ocasión, san Gregorio II lo nombró “obispo regional” para toda el área alemana. Su sucesor, san Gregorio III (731-741), lo eligió arzobispo enviándole el palio y dándole la facultad de ordenar otros obispos.
La confianza que le otorgaron los papas fue acompañada por sus éxitos en la difusión del cristianismo, difusión que no estuvo exenta de pruebas. “Mantengámonos firmes en la lucha el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de aflicción y angustia [...]. ¡No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo! Seamos pastores solícitos que vigilan el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres”, escribía en una de sus cartas. Los paganos pronto se dieron cuenta de su temperamento. Hacia el año 723, ayudado por misioneros ingleses e irlandeses, Bonifacio tomó la decisión de cortar un imponente roble que la tribu de los catos había consagrado al dios del trueno (el Thor de los escandinavos), donde se venían ‘ofreciendo’ sacrificios humanos. Los paganos, al ver que su divinidad no respondía a la ofensa de ese intrépido cristiano, aceptaron ser bautizados. Luego, el santo les mostró un abeto, que adornó con velas encendidas, y les explicó que este era el árbol del Niño Jesús. Y así fue como nació el primer árbol de Navidad.
Bonifacio hizo muchos esfuerzos para instaurar la disciplina eclesiástica. También trabajó en la reorganización de la Iglesia en los territorios de los francos, colaborando con Carlo Martel y Pipino el Breve. Su trabajo fue la premisa para el renacimiento cultural y político de la gran época carolingia. Él y sus discípulos fueron los responsables de la fundación de numerosos monasterios, incluida la famosa Abadía de Fulda (fundada por san Sturmio), donde quería que enterraran su cuerpo. Ya viejo, decidió regresar a Frisia para seguir predicando a Cristo. Pero el 5 de junio de 754, el día de Pentecostés, cuando estaba a punto de celebrar la Misa en Dokkum, él y sus 52 compañeros fueron atacados por una banda armada de paganos. Y antes de que un golpe de espada le partiera la cabeza, dijo a los suyos: “No tengáis miedo, todas las armas de este mundo no pueden matar nuestra alma”.
Patrono de: Alemania
Para saber más:
Ecclesiae Fastos, encíclica de Pío XII en el XII centenario de la muerte de san Bonifacio