Santa Cecilia por Ermes Dovico
SANTOS Y GASTRONOMÍA/8

San Antonio Abad, patrón de los ganaderos

Tras la muerte de sus padres, inspirado por las palabras de Jesús en el Evangelio, Antonio vendió todo para dárselo a los pobres. Se retiró a vivir en el desierto y el diablo le tentó en vano varias veces, incluso bajo la apariencia de un cerdo del que luego salió. Varios jóvenes se reunieron en torno al santo y se convirtieron en sus discípulos, dando un impulso al monacato. Sus monjes adquirieron entonces el hábito de cuidar cerdos.
- LA RECETA

Cultura 24_07_2021 Italiano English

El Evangelio de san Marcos habla en el capítulo 5 de un hombre de la zona de los gerasenos, una región que no pertenecía a Judea, al este del lago Genesaret. Según la historia, este hombre estaba poseído por un “espíritu inmundo”: vivía en las tumbas, gritaba día y noche, se golpeaba con piedras y no podía ser inmobilizado de ninguna manera. Jesús lo liberó de ese espíritu que, según descubrió, no estaba solo, sino que era “Legión”, es decir, muchos espíritus, que luego entraron en un grupo de dos mil cerdos que saltaron del acantilado y murieron ahogados (cf. Mc 5,1-20).

Casi trescientos años más tarde, otro hombre, aislado voluntariamente en un desierto, fue tentado por el diablo, que a menudo adoptaba la forma de un lechón. Este ermitaño no mató al cerdo, sino que lo domesticó y acabó convirtiéndose en una mascota.

El anacoreta era Antonio, nacido en el año 251 en Coma (actual Qumans), Egipto, de padres ricos y muy religiosos, que se preocuparon de educarlo cristianamente. A los dieciocho años quedó huérfano de padre y madre, se convirtió en tutor de una hermana pequeña y dueño de una riqueza considerable.

Pero la voz de Dios no tardó en hacerse oír: sólo llevaba seis meses como huérfano cuando, durante las lecturas en la iglesia, escuchó las palabras que Jesús había dirigido al joven rico: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, para que tengas un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”. Antonio se tomó dichas palabras como si estuvieran dirigidas a él: se fue a su casa, repartió sus riquezas entre los pobres reservando sólo una pequeña parte para su manutención y la de su hermana. Poco después se puso a reflexionar sobre otra frase pronunciada por Jesús: “No os preocupéis por el mañana”. Esta frase reforzó en él el deseo de pobreza absoluta y de dedicación a Dios en cuerpo y alma. Hizo que su hermana fuera aceptada en un monasterio de vírgenes, mientras que él se retiró a vivir una vida penitente en el desierto.

Practicaba las virtudes que veía practicar a otros santos penitentes, a cuyas celdas acudía a menudo para aprender de ellos el camino de la perfección. También trabajaba para comer, y todo el dinero extra que ganaba lo daba a los pobres. Evidentemente, el demonio no podía soportar tal deseo de perfección espiritual en un joven, así que hizo todo lo posible para desviarlo de su propósito. Pero Antonio rezaba a Jesús noche y día y acompañaba sus oraciones con las más rigurosas penitencias. Comía muy poco, una vez al día, sólo cosas pobres y dormía en la tierra desnuda, torturando su cuerpo de todas las maneras: así obtuvo la victoria completa sobre el diablo.

Después de un tiempo sintió la necesidad de aislarse aún más. Quería estar más apartado, así que se adentró en el desierto y eligió una cueva como hogar. Una vez el demonio se apareció y lo golpeó tanto que estuvo a punto de morir, pero aun yaciendo en el suelo exhausto, siguió rezando. Cuenta la leyenda que el diablo, que a menudo se presentaba en forma de cerdo, cansado y derrotado, salía del animal y se marchaba. Pero el cerdo permaneció junto a Antonio para hacerle compañía.

Lo mismo empezó a hacer un grupo de jóvenes que, habiendo escuchado la historia de un amigo de Antonio que a veces iba a la cueva a llevarle pan y agua, quedaron fascinados por la fuerza espiritual de aquel hombre y le pidieron ser sus discípulos. Y así, gracias a Antonio, entre los primeros Padres del Desierto se extendió el monacato: grupos de hombres que llevaban una vida de oración en soledad o en pequeñas comunidades separadas del resto de los hombres. Se encargó de crear familias permanentes de monjes que, bajo la dirección de un padre espiritual, el “abba”, se consagraron al servicio de Dios.

Siempre deseoso de ayudar a los pobres y a los enfermos, Antonio hizo de su primitivo monasterio un lugar de acogida para los necesitados y los que padecían diversas enfermedades. Los monjes los cuidaban y, para alimentarlos, tomaron la costumbre de criar cerdos, que eran fáciles de cuidar y no se desaprovechaba nada. Se especializaron en el tratamiento del herpes zóster, también llamado “fuego de San Antonio”: el medicamento utilizado era un ungüento hecho con grasa de cerdo cuya receta fue perfeccionada por los antonitas en una preparación “fija” y codificada ocho siglos más tarde, en el siglo XI. Hacia el final de su vida, Antonio cultivaba un huerto que era sistemáticamente asolado por los demonios, pero él volvía a plantar las verduras con paciencia.

A sus discípulos Antonio les recomendaba continuamente la perseverancia, la custodia del corazón, la exhortación mutua, la práctica de las virtudes y la oración. Murió el 17 de enero de 356, a la edad de 105 años, luchando hasta el final contra el Maligno, al que logró vencer con su fe inquebrantable.

La vida de san Antonio Abad se conoce sobre todo a través de la Vita Antonii publicada hacia el año 357, obra hagiográfica escrita por Atanasio, obispo de Alejandría, que conoció a Antonio y fue ayudado por él en su lucha contra el arrianismo. La obra, traducida a varios idiomas, se hizo popular tanto en Oriente como en Occidente y supuso una importante contribución a la afirmación de los ideales de la vida monástica. En la Vita Antonii, la descripción de la lucha de Antonio contra las tentaciones del diablo es de gran importancia. Una importante referencia a la vida de Antonio se encuentra en la Vita Sancti Pauli primi eremitæ escrita por san Jerónimo en los años 375-377. Relata el encuentro en el desierto de la Tebaida, de Antonio con el anciano Pablo de Tebas. El relato de la relación entre los dos santos (con el episodio del cuervo que les lleva pan para que se alimenten, hasta el entierro del anciano Pablo por parte de Antonio) fue recogido posteriormente en los relatos medievales de la vida de los santos, en primer lugar en la famosa Legenda Aurea de Jacopo da Varazze, pero también esculpida en la cruz de Ruthwell en Cumbria y en las ocho cruces irlandesas anteriores al año 1000.

En el calendario de santos católico y luterano se le recuerda el 17 de enero, pero la Iglesia Ortodoxa Copta lo celebra el 31 de enero. Todos los que tienen que ver con el fuego se ponen bajo la protección de san Antonio, en honor a la historia de que el Santo llegó a ir al infierno para luchar contra el diablo por las almas de los pecadores. Se le invoca contra la peste, el escorbuto, las enfermedades contagiosas y el herpes zóster. Es el patrón de los agricultores y ganaderos, pero también de los guanteros, tejedores, esquiladores, carniceros, confiteros y arcabuceros. También es el patrón de los cesteros, porque el santo tejía cestas para combatir la ociosidad y proveerse de lo suficiente para sobrevivir, y de los sepultureros, por el papel que desempeñó en el entierro misericordioso del ermitaño Pablo. Según ciertos refranes populares, quien sufre una desgracia repentina “debe haber robado el cerdo de san Antonio”; los intrigantes y gorrones van “de puerta en puerta como el cerdo de san Antonio”.

La vida de san Antonio está llena de enseñanzas cristianas, la primera y más importante de las cuales es la de vencer el mal con la oración y la fe en Dios. Sus obras nos ayudan a desarrollar en nosotros actitudes de fortaleza espiritual como la perseverancia y la confianza en el bien.