Rupnik y sus socios ocupan un convento de monjas gracias a la ayuda del cardenal De Donatis
El convento de Montefiolo, en Sabina, donde el exvicario del Papa para Roma se construyó en su momento un lujoso apartamento, se está convirtiendo en el nuevo cuartel general de los exjesuitas del Centro Aletti, con la consiguiente expulsión de las monjas que allí residen.

Con la colaboración de Patricia Gooding Williams
***
“Las monjas se han ido, no hay nadie, yo estoy de paso y no puedo dejarle entrar”, responde una voz femenina al interfono.
“¿Pero no se puede visitar al menos la iglesia y el exterior? Dicen que es preciosa”, preguntamos.
“No, no hay nadie”.
“Pero sabemos que hay sacerdotes...”.
Silencio, luego se cierra la comunicación. Es jueves 27 de febrero, estamos frente a la puerta del convento de las Hermanas Benedictinas de Priscilla, en Montefiolo, en el municipio de Casperia, un pequeño pueblo entre las colinas de Sabina, en la provincia de Rieti.
Hemos llegado hasta aquí porque nos han informado que desde hace varias semanas se encuentra dentro don Marko Ivan Rupnik, el ex jesuita expulsado de la Orden y acusado de graves abusos sexuales contra mujeres y consagradas. Y no solo eso: con él hay otros ex jesuitas del Centro Aletti que, hasta el estallido del escándalo, era el cuartel general de Rupnik y sus seguidores.
Montefiolo es un pico donde la única construcción es precisamente el antiguo y majestuoso convento que fue originalmente de los frailes capuchinos y que en 1935 monseñor Giulio Belvederi compró y reacondicionó después de quedar en un estado lamentable. El entonces secretario del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana abrió el monasterio a un grupo de mujeres deseosas de vivir la vida religiosa y que en 1936 se constituyeron como Oblatas regulares benedictinas de Priscila, entrando luego en la Confederación benedictina. Pero ahora, con una trama oscura, está pasando a manos de un grupo de ex jesuitas, favorecidos por la ubicación del convento que, rodeado por un alto muro y un bosque que lo separa de la carretera principal, lo convierte en una excelente residencia para quien quiera vivir en secreto.
Tras la voz femenina que dice “estar de paso” y que nos impide entrar, no nos damos por vencidos y nos quedamos un rato esperando alrededor de la entrada. Y después de unos minutos, del convento donde “no hay nadie” sale un todoterreno conducido por un hombre: se detiene, le preguntamos algo y, obviamente, él tampoco sabe nada. Pero poco después, al ver la puerta abierta, aparece otro hombre, que esta vez se presenta: “Soy un sacerdote, me llamo Milan”. Hablamos precisamente de don Milan Žust, que durante años fue superior de padre Rupnik en la comunidad de jesuitas del Centro Aletti, y de 2018 a 2021 socio del Delegado del Superior General para las casas y obras interprovinciales de Roma, el padre Johan Verschueren, que hizo que Rupnik se pasease por todas partes, a pesar de que ya había recibido la famosa “excomunión relámpago” y a pesar de que ya había rumores de otros abusos. Es la confirmación de lo que nos había dicho una de nuestras fuentes.
Obviamente seguimos fingiendo que somos turistas interesados en la iglesia y el convento, pero el padre Milan sigue sospechando y esquivando preguntas más concretas: dice que lleva allí dos semanas y que no podemos entrar porque hay obras de reforma y las monjas se están mudando.
De hecho, las pocas monjas que quedan están haciendo las maletas para trasladarse a su casa de San Felice Circeo y, según nos han informado, el convento permanecerá en manos de este grupo de exjesuitas que, mientras tanto, han invadido el área de las monjas, comiendo con ellas desde hace algún tiempo, en su refectorio, y dictando la ley.
La pregunta surge espontáneamente: ¿por qué aquí? Y sobre todo, ¿por qué Rupnik se ha establecido aquí, a una hora en coche de Roma? Más aún sabiendo que, tras su dimisión de la orden de los jesuitas, se ha incardinado en la diócesis eslovena de Capodistria. Don Milan también nos dice que es un sacerdote diocesano, pero no de esta diócesis que es Sabina-Poggio Mirteto.
En realidad, el convento de Montefiolo era una residencia que ya conocían y frecuentaban los del Centro Aletti, que organizaban cursos de ejercicios espirituales en un amplio ala del enorme edificio, llamado “Casa de la Resurrección”. Pero, y aquí viene lo bueno, quien ha maniobrado (ni siquiera demasiado entre bastidores) ha sido el cardenal Angelo De Donatis, ex vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma y ahora penitenciario mayor. No es ningún secreto que el cardenal es el gran protector de Rupnik y que, in illo tempore, haya desestimado como calumnias las numerosas y circunstanciadas acusaciones que surgían contra el ex jesuita esloveno y haya llegado incluso a emitir una ridícula nota que alababa la irreprochable realidad del Centro Aletti, mientras las víctimas de Rupnik pedían verdad y justicia.
De Donatis es uno más en Montefiolo, donde se ha construido una residencia de dos plantas dentro de la propiedad de las monjas (“una hermosa vivienda”, nos dice en el pueblo quien la ha visto), recuperando y acondicionando una estructura que las monjas utilizaban para aparcar sus vehículos, en la ladera que mira hacia el valle, hacia el Monte Soratte. Y además, en la cercana localidad de Poggio Catino, el cardenal también posee un antiguo agroturismo con piscina, en el que parece que ha alojado a Rupnik y compañía, a la espera de acogerlos en Montefiore.
Allí, en la iglesia del convento, parece que reina el caos: “Hablamos de una casa protegida por Bellas Artes, la están transformando por completo. También está la iglesia, que también tiene acceso desde el exterior, y la están pintando hasta la saciedad. Y luego, en la parte antigua del monasterio, un antiguo eremitorio donde vivió como ermitaño san Felice da Cantalice: también están pintando allí”, nos explica un informante, que añade: “Durante años no se pudo hacer nada, porque se necesitaban permisos; ahora, en poco tiempo, han levantado una pared donde estaban los dos escalones que llevaban al altar y han pintado un fresco”.
Las pobres monjas no parecen estar muy contentas porque son prácticamente rehenes del cardenal De Donatis y del grupo de Rupnik, y se les impide abrir el convento a extraños. Buscando más información en el pueblo de Casperia, nos enteramos de que, de hecho, las monjas, que antes estaban muy presentes en el pueblo y eran conocidas también por la calidad de sus bordados, han desaparecido hace bastante tiempo y no se sabe nada más de ellas. Hemos conseguido el número de teléfono personal de una de ellas y nos sugieren que intentemos comprar el miel que venden, como estratagema para entrar en el convento. Probamos: “No es posible”, nos responde la monja con un tono asustado- no quieren que abramos”. “¿No quieren? ¿Quién no quiere?”, insistimos nosotros, jugando a cartas descubiertas-. ¿El cardenal De Donatis? ¿Don Rupnik?”. La monja está aterrorizada: “No sé nada, me tengo que ir a misa”. Y cuelga el telefonillo.
Se entiende bien el miedo, porque nos consta que el cardenal tiene en sus manos la gestión económica del instituto religioso, aunque no sabemos en calidad de qué. De hecho, nos dicen que la gestión de la propiedad de San Felice Circeo, a los pies del Colle del Morrone, donada a las monjas por el caballero Carlo Selbmann, también pasa por las manos del cardenal. En resumen, para las monjas no se mueve ni una hoja sin que De Donatis no lo sepa y lo permita.
Moraleja de la fábula, el cardenal es el director de la nueva instalación de Rupnik y del grupito que ha dejado la Compañía de Jesús en una propiedad que no es suya, pero en la que se ha hecho una vivienda y que gestiona como si fuera suya. Al no poder incardinar él mismo a Rupnik en la diócesis de Roma, que estaba demasiado en el punto de mira tras el escándalo mediático, buscó y encontró en monseñor Jurij Bizjak (que ha sido sustituido por Peter Štumpf a principios de febrero) un obispo dispuesto a una incardinación puramente formal, para luego dejar a Rupnik libre para formar una nueva comunidad y continuar con sus actividades artísticas. De Donatis no tuvo nada en contra de poner de nuevo a Rupnik en contacto directo con las religiosas después de todo lo que ha sucedido.
No es difícil entender que las hermanas han tenido que aceptar la situación, volens nolens, encontrándose evidentemente en jaque, ya que De Donatis tiene en sus manos la administración de sus bienes muebles e inmuebles. Desafiar la ira del cardenal (sí, sabemos que hay una relación tensa entre las monjas y De Donatis) podría traducirse en inconvenientes que las monjas, ahora ancianas (y algunas de ellas en silla de ruedas), no pueden afrontar.
Hemos intentado contactar directamente con el cardenal De Donatis, pero hasta ahora no ha respondido a nuestro correo electrónico. Lo mismo ha hecho el obispo de Sabina-Poggio Mirteto, monseñor Ernesto Mandara, en cuya diócesis se está produciendo este nuevo abuso contra las monjas. La señora Daniela, que el 27 de febrero se presentó por teléfono como su secretaria personal, nos negó el acceso al obispo porque “no se ocupa del convento de Montefiolo”. Al día siguiente otro miembro de la secretaría nos dijo que el obispo tenía la intención de llamarnos, pero hasta ahora la llamada no se ha producido.
Abusos, conspiraciones, ley del silencio: el escándalo de Rupnik se enriquece con un nuevo capítulo, con la complicidad de obispos y cardenales, mientras el proceso en su contra permanece estancado.