Cristo Rey por Ermes Dovico

Presentación del Señor

La fiesta de la Presentación del Señor pone fin a las celebraciones natalicias y recuerda que María y José llevan al templo a Jesús, 40 días después de su nacimiento

Santo del día 02_02_2022 Italiano English

La fiesta de la Presentación del Señor pone fin a las celebraciones natalicias y recuerda que María y José llevan al templo a Jesús, 40 días después de su nacimiento. Esto, tanto para cumplir la Ley de Moisés como, sobre todo, para el encuentro con el pueblo de los creyentes, simbolizado por los profetas Simeón y Ana, que esperaban la salvación prometida. Después de que la salvación de la que es portador el Niño Divino se hubiera ya manifestado a los humildes pastores de Israel, y después a los paganos representados por los Magos, el espléndido pasaje de la Presentación de Jesús en el templo (Lc 2, 22-39) prefigura la manera sufriente con que se cumplirá la Redención.

La Pasión del Hijo es preanunciada en el «también a ti» que Simeón dirige a María: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma-, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 34-35). Se ve ya aquí el misterio de Cristo, eslabón de unión entre la Antigua y la Nueva Alianza, que realizará la antigua promesa de salvación con su sacrificio en la cruz. Mientras que los varones primogénitos de Israel, en recuerdo de la liberación de Egipto, eran ofrecidos a Dios, pero rescatados con un pequeño sacrificio (cfr. Es 13, 2-12; Lv 12, 1-8), Jesús, obediente en todo a la voluntad del Padre, será el Único Primogénito que no será rescatado, para ofrecer a través de su sangre la verdadera liberación del pecado y de la muerte.

La profecía de Simeón, primero de los tradicionales «Siete dolores» en el culto a la Virgen de los Dolores, explicita al mismo tiempo la comunión de la Madre con el sufrimiento del Hijo, «sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él» (Lumen Gentium, 56). Esta verdad es la base para la posible definición del título de María Corredentora, que expresaría su especial colaboración al misterio salvífico del único Redentor, Jesucristo.

Hay que recordar también que antes de la reforma litúrgica de 1969 la fiesta se llamaba «Purificación de la Bienaventurada Virgen María», denominación que se conserva en la forma extraordinaria del Rito romano, que subraya la total obediencia de María a la Voluntad divina (Ella, la Inmaculada Toda Santa, en la que no había nada que purificar, pero que como humilde hija de Israel observaba la ley mosaica) hasta el ofrecimiento de su muy amado Jesús. Los dos títulos de la celebración se esclarecen recíprocamente y recuerdan una vez más la inextricable relación entre los misterios del Hijo y de la Madre.

La fiesta de hoy, llamada popularmente Candelaria, tuvo origen en Oriente con el nombre griego de Hypapante, que significa «Encuentro», entendiendo el encuentro entre Simeón y Jesús. El viejo profeta tomó al Niño Jesús en sus brazos y, con la gracia del Espíritu Santo, le reconoció como el Mesías esperado, exclamando su bellísimo cántico: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

A continuación la fiesta se difundió en Occidente, donde bajo el pontificado de san Sergio I (687-701) fue instituida la más antigua procesión penitencial romana, desde la iglesia de San Adrián en el Foro hasta Santa María Mayor. Se remonta al siglo X la primera huella del rito de la bendición de las velas (candela en latín, de donde proviene el nombre Candelaria), símbolo de Cristo «luz para alumbrar a las naciones», como Simeón llamó al Niño Jesús al que todos están llamados a tomar en brazos y acoger en el corazón, esperando la recompensa eterna.