¿Preferimos las tinieblas del pecado o la luz divina?
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado. (Jn 3, 18)
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios». (Jn 3, 16-21)
Todo el que haga el mal odia la luz. Jesús es la luz del mundo. Quién se sustrae a la luz de Jesús se condena al Infierno, es decir, a estar eternamente separado de Él. No es por lo tanto Dios quien los condena, sino su incredulidad. Han escuchado, han visto, no pueden decir que no lo sabían. ¿Y nosotros? ¿Preferimos las tinieblas del pecado, o la luz divina que nos permite aprovechar las ocasiones de conversión para nuestra salvación eterna?