San Ángel de Sicilia por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

Oídos sordos

Este es mi Hijo, el amado. (Mc 9,7)

Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. (Mc 9,2-10)


La presencia de Moisés y Elías, que dialogan con Jesús, podría hacernos pensar que todos tenemos la misma dignidad y que, por tanto, estamos en el mismo nivel. En cambio la voz del Padre, que reafirma la naturaleza divina del Hijo, contrarresta la tentación de reducirlo a la sola naturaleza humana. No reconocer que Jesús es Dios, como hacen los musulmanes y los testigos de Jehová, significa negarse a someter nuestra voluntad a la Suya y esto impedirá que alcancemos la vida eterna. Por consiguiente, tú también debes prestar atención a no hacer oídos sordos cuando sabes que quieres hacer algo distinto de lo que te indica el Evangelio de Jesús.