Más grave
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». (Mt 26,25)
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho». (Mt 26,14-25)
Todos los apóstoles, con excepción de san Juan, en el momento de la crucifixión abandonaron a Jesús. El pecado de Judas es más grande puesto que no estuvo condicionando por el miedo, sino que fue generado por la cultivación de la duda, nutrido por el provecho y acrecentado por la premeditación. Como si no bastase, todo esto fue agravado por un gesto de amor fingido, un beso, que se reserva para quién se ama, pero que él, en cambio, utilizó para delatar a Jesús e indicárselo a quienes tenían que arrestarlo. Pensemos ahora en nuestros pecados y en cuántas veces hemos traicionado la confianza de Jesús. Cada vez que nos confesamos el sacerdote concluye diciendo: “El Señor ha perdonado tus pecados, ve en paz”. Pero para conservar la paz debemos huir del pecado y, por consiguiente, debemos comprometernos en evitar también las ocasiones de pecado. ¿Lo hemos hecho siempre?