Los santos están entre nosotros
¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! (Lc 11,47)
«¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!». Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca. (Lc 11,47-54)
Es más fácil distinguir a los hombres santos que Dios nos ha enviado para comunicarnos su voluntad una vez que estos han muerto. A menudo han sido perseguidos en vida sin ser reconocidos como profetas de Dios. Esto es porque los santos no son superhombres, ni personas fuera de lo común, ni seres inalcanzables: los santos son como nosotros. Luchaban contra el demonio y contra el mundo, a veces ganando, a veces perdiendo. En este último caso, afligidos volvían a la lucha. He aquí por qué es necesario abrir los ojos, porque los santos están entre nosotros y pueden sernos de ayuda. ¿Tú conoces a alguno? Si tu respuesta es negativa, piénsalo mejor. Podrías no haberte dado cuenta por superficialidad.