La salvación del alma
No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra. (Mt 6,19)
«No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!» (Mt 6,19-23)
El verdadero tesoro de cada hombre está constituido por su alma. Anteponer el logro de los bienes temporales a la salvaguardia de la propia alma es una decisión absurda puesto que, después de la muerte, no nos llevaremos nada material a la otra vida, sino que seremos juzgados solo por las consecuencias espirituales de nuestros actos. Esforcémonos por obedecer cada día más a la voluntad divina, sin dejar de lado la Palabra de Dios, el magisterio de la Iglesia y los sacramentos, sinceros aliados para el tesoro de la vida eterna.