La Pasión de san José, dos tesis comparadas
¿Qué originó la lucha interior de san José ante la maternidad divina de María? De su descarnada narración han surgido dos interpretaciones diferentes a lo largo del tiempo. Se les conoce como la tesis del “respeto” y la tesis de la “sospecha”. Ambas presuponen la distinguida justicia de José, pero difieren en el momento en que el marido de María se enteró del misterio de la Encarnación y los motivos de la idea de despedirla en secreto.
Uno de los temas más delicados cuando se habla de san José es el sufrimiento interno que experimentó el esposo de María cuando se dio cuenta de su misterioso embarazo. San Mateo describe la situación con breves pinceladas (Mateo 1, 18-25). De su descarnada narración han surgido dos interpretaciones diferentes a lo largo del tiempo: como señala el fallecido josefólogo padre Tarcisio Stramare (†2020), «se les conoce como la tesis del “respeto” y la tesis de la “sospecha”».
Según la primera tesis, María había informado inmediatamente a José de su maternidad divina y él, incluso creyéndole, habría decidido despedirla en secreto para respetar el designio y los derechos de Dios. En esta tesis se basa la exhortación apostólica Redemptoris Custos (ver especialmente los puntos 2-6 y 20), publicada por san Juan Pablo II el 15 de agosto de 1989. El mismo padre Stramare colaboró en este documento pontificio, contribuyendo en su estructura teológica, y a su vez ha apoyado en sus libros las razones del “respeto”1. La citada exhortación apostólica no contiene, debe entenderse, ninguna fórmula dogmática al respecto, aunque sea claramente una fuente autorizada del magisterio.
Desde la perspectiva del “respeto”, el anuncio angelical llegaría a José confirmando lo que el marido de María ya sabía y - según escribió el padre Stramare - habría tenido el propósito «de iluminar con el apoyo de la cita del profeta la “sorprendente maternidad de María”, como se expresa la Redemptoris Custos (n. 3)». Esta interpretación se basa fundamentalmente en la idea de que María, la primera criatura en la tierra en recibir el anuncio de la salvación, no podía permanecer en silencio ante una alegría tan grande. Citemos de nuevo al padre Stramare: «Por tanto, ¿no es natural pensar que María, la Virgen de la Anunciación, fue también la primera anunciadora de la Buena Nueva (¡éste es el Evangelio!) y que primero hizo participar de ella a la persona más amada, es decir a san José, que, ante todo, siendo su verdadero esposo, es la persona más interesada, pero también la más involucrada en el misterio de su maternidad?».
Si se asume esta idea, la consecuencia es creer que José supo de la maternidad divina antes de que Isabel fuera inspirada en este sentido por el Espíritu Santo (cuando llamó a María “madre de mi Señor”; Lucas 1, 43). Así lo presenta precisamente la Redemptoris Custos: “De este misterio divino [la maternidad divina, N.d.A.] José es, junto con María, el primer depositario. Con María - y también en relación con María - él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación” (RC, 5).
Para justificar la dolorosa decisión de despedir secretamente a María, la tesis del respeto sostiene que José decidió dar un paso atrás frente a la divina Majestad encarnada en María. El padre Stramare señala: «Como Moisés, José también sabe bien que se encuentra ante la “zarza ardiente”: “¡No te acerques más!” (Éx 3, 5)». Sobre esta base, se subraya que José aún desconocía el altísimo rol que Dios había pensado para él; rol que, entre otras cosas, será señalado por las palabras del ángel “y llamarás su nombre JESÚS” (Mateo 1: 21).
La llamada tesis de la “sospecha”, muy extendida, asume en cambio que el parto de José había surgido precisamente porque no conocía la maternidad divina. Es decir, desconocía la causa de ese embarazo que se mostraba claramente ante sus ojos; sin embargo, en virtud de su justicia - alabada en el Evangelio (Mateo 1, 19) - y en virtud de la santidad de María, que se le manifestaba todos los días, suspendió con santa prudencia su juicio. María había guardado silencio sobre el misterio por humildad y, incluso antes, porque no había tenido el permiso de Dios para revelarlo. Por tanto, se había entregado por completo a la voluntad divina. Esta tesis, según sus partidarios, estaría más de acuerdo con el significado del texto evangélico y en particular con la revelación liberadora del ángel en un sueño, que comienza diciendo a José que no tenga miedo de llevarse a María con él “porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mateo 1, 20).
Respecto a la justicia de José, que a pesar de la tribulación siempre se preocupó de preservar a María, así escribe un doctor de la Iglesia como san Juan Crisóstomo: «Justo, aquí, significa perfecto en toda virtud. José, por tanto, era justo, lo que significa lleno de moderación y de bondad, queriendo despedirla en secreto. El Evangelio da a conocer los pensamientos de este santo hombre, antes de conocer este misterio [la maternidad divina, N. d. A.], para que nosotros mismos no dudemos de lo que sucedió cuando lo supo. ¡Cuán extraordinarias son esta sabiduría y esta virtud! Es tan puro y tan libre de pasiones que ni siquiera quiere afligir a María en las cosas más pequeñas. Dado que, por un lado, creía que estaba violando la ley manteniéndola cerca de él y, por otro lado, deshonrarla y llevarla a juicio era exponerla a la muerte, no hizo ninguna de las dos cosas, sino que mantuvo una conducta que ya es muy superior a la ley antigua». Por su parte, San Jerónimo observa que declarar justo a José tiene otro vínculo maravilloso con su esposa: «Este es un testimonio a favor de María: José, conociendo su castidad y asombrado por lo que había sucedido, le esconde silenciosamente que ignoraba el misterio».
Desde este punto de vista, por tanto, es en el misterio aún desconocido donde se concentran las dudas de san José y, ciertamente, sus humildes y fervientes oraciones a Dios para ser iluminado. Se puede ver que la intervención del mensajero divino refleja una simetría celestial, que dispuso una Anunciación angelical tanto para María (Lucas 1, 26-38) como para José (Mateo 1, 18-25).
Incluso según un siervo de Dios de nuestro tiempo, don Dolindo Ruotolo, “San José se dio cuenta de este [embarazo, N. d. A.] debido al cambio de condiciones de María”, pero “no podía pensar mal de una Virgen que sabía que era pura”. Don Dolindo continúa señalando que “la Santísima Virgen, por su parte, no se atrevió a revelarle el misterio que se produjo en ella y se volvió a poner al Señor, dándole la impresión de que podía ser increíble sin una luz especial de Dios”. Luz especial que llegó en el apogeo de la tribulación, y a la que José inmediatamente dio plena fe2.
Encontramos los mismos temas de fondo -el silencio de María y la lucha interior de José- en las revelaciones celestiales transmitidas a dos místicas cuyas virtudes ya han sido reconocidas por la Iglesia: la Beata Ana Katharina Emmerick († 1824) y, sobre todo, la venerable María de Ágreda († 1665). Si bien la historia de la monja alemana es bastante corta, la Ciudad Mística de Dios de la monja española trata extensamente de la Pasión de los dos esposos (ver Libro 4º, capítulos 1-6). Su obra también goza del privilegio de haber sido recomendada a todos los católicos por el Beato Inocencio XI y por otros papas posteriores a él.
Ágreda relata que José notó que María estaba embarazada cuando estaba en el quinto mes. Ella guardó silencio por las razones ya vistas, él no se atrevió a preguntar. José pidió luz a Dios preguntándose sobre “algún misterio que no comprendo”. María, a su vez, rezaba a sus ángeles de la guarda para consolar e iluminar a su esposo. Los actos heroicos de los dos esposos continuarían durante dos meses. Finalmente, José planeó irse en secreto porque, aunque estaba muy triste por la idea de perder la compañía de una esposa a quien juzgaba “perfectísima”, no encontraba otra solución a su problema. Pero primero se postró en el suelo, hizo un voto al Señor y le pidió que protegiera a María de la calumnia y de todo mal.
La Providencia, relata la venerable, dispuso todo para que José y María llegaran “al extremo del dolor interior” para que el divino consuelo fuera mayor y para ofrecer al mundo el ejemplo de su santidad ante las tribulaciones. Estos terminaron la misma noche en que José había planeado irse, cuando el esposo de María recibió en un sueño el anuncio del ángel (Gabriel). “Después de los sufrimientos de mi Santísimo Hijo, lo que más me hizo sufrir fueron las tribulaciones de mi esposo José, en particular las de la circunstancia sobre la que escribes”, confió la Virgen.
La grandeza de la tribulación, explica Ágreda, acrecentó la gloria de José que por ella merecía “ser predispuesto por Dios al singular beneficio que le preparaba”. Su humildad, ya sólida, se consolidó profundamente después de esta prueba ya que, considerándose indigno de ser servido por la Madre de Dios, se humilló aún más. El Señor lo llenó de plenitud de conocimiento y otros dones celestiales. Expandió su corazón y le hizo entender cómo servir dignamente al noble ministerio de ser el esposo de María y, por tanto, el padre de Dios.
1. Ver “San Giuseppe. Fatto religioso e teologia”, Shalom, 2018, pág. 295-301
2. Ver “La Sacra Scrittura. I Quattro Vangeli”, comentados por don Dolindo Ruotolo, Casa Mariana Editrice, 2019, pág. 55-64.