Santa Cecilia por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La llamada de la misericordia divina

El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. (Mc 6, 26)

Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado». Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.  (Mc 6, 14-29)


Herodes, en el caso de san Juan Bautista, sigue la lógica injusta del poder humano, del cual es prisionero y, a pesar de su propia hostilidad inicial por la decapitación, cede ante la terrible lógica del pecado, violando su conciencia y no abriendo el corazón a una de las llamadas de la misericordia divina. Como afirma santo Tomás de Aquino, tres serán los remordimientos que más atormentarán a los pervertidos: pensar en lo poco por lo que son condenados, en lo poco que tenían que hacer para salvarse y en el gran bien que han perdido. Recordémoslo, para no tener que arrepentirnos demasiado tarde.