La libertad de los hijos de Dios
Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros? (Lc 12,14)
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”.
Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
(San Lucas 12,13-21)
Cada hombre viene al mundo sin bienes materiales y ninguno de ellos podrá llevarse consigo a la eternidad. El avaro se encierra en una jaula dorada, convencido de proteger sus bienes de los demás, sin darse cuenta de que solo se está aprisionando a sí mismo, poniendo un muro entre él y sus hermanos y entre él y Dios. Todos los bienes (tanto materiales como espirituales) nunca deben convertirse en dueños de nuestra vida, porque eso nos privaría de la libertad que pertenece a los hijos de Dios. ¿Y tú, vives con la conciencia de que un día tendrás que rendir cuentas a Dios por lo que te ha dado? ¿Te das cuenta de los riesgos de una «jaula dorada» que te aísla de los demás y de Dios?