La Iglesia se prepara al Sínodo, entre silencio y división
La preparación al Sínodo que se abrirá el 4 de octubre cuenta con muy poca participación del Pueblo de Dios. Además, han aumentado los conflictos entre los participantes, lo que no es precisamente un buen comienzo.
La primera asamblea del Sínodo sobre la sinodalidad se realizará el 4 de octubre y la segunda se celebrará en 2024. Nos preguntamos qué será este sínodo y qué pasará con la Iglesia. Se leen muchas respuestas al respecto. Además de preguntarse qué pasará con el Sínodo, quizás también pueda ser útil considerar cuál es el estado de la Iglesia al abordarlo: ¿cómo se presenta la Iglesia al llamamiento del Sínodo? ¿Tiene confianza en sí misma? ¿Tienes las ideas claras? ¿Está confiada? ¿Le llega con una teología sólida? ¿Llega con un magisterio claro? Si existieran estas condiciones, no habría necesidad del Sínodo, dirán algunos. Si no existieran estas condiciones, un sínodo sería muy peligroso, dirán otros. En cualquier caso, intentar aclarar de antemano la situación de la Iglesia en vísperas del Sínodo no es una pérdida de tiempo.
La primera observación que hay que hacer es el silencio sobre el Sínodo. Seamos claros, los expertos han hablado y han hablado mucho. Se han publicado números de revistas especializadas íntegramente dedicadas al Sínodo. Sin embargo, cabe preguntarse si el gran número de católicos sabe que el Sínodo se celebrará, si sabe de qué se tratará y, sobre todo, si es consciente de los graves problemas que hay sobre la mesa. Los números de participación del pueblo cristiano en la fase preparatoria de la escucha son muy bajos. Hay un déficit de información (y por tanto de participación) que choca con el énfasis en la sinodalidad. En las parroquias no se oye hablar del Sínodo. Las homilías no lo mencionan. Se dice que el tema se evita sistemáticamente en las conversaciones entre sacerdotes y en las reuniones diocesanas. Incluso los obispos, al menos en su mayoría, guardan silencio sobre el tema y nadie sabe lo que piensan.
Este silencio es bastante inquietante y nos habla de una Iglesia incierta y vacilante, con una gran masa gris, que sufre el acontecimiento sin comprensión y sin convicción. Si del Sínodo surgieran opciones desconcertantes, tal vez una gran parte de este pueblo del silencio no diría nada al respecto, como no dijo nada después de Amoris laetitia; pero también podría ser que este silencio sea el preludio de una resistencia pasiva y que ya se pueda considerar como tal hoy. Esta “Iglesia del silencio” podría entonces hablar, al menos con hechos, aunque no con palabras.
También podemos incluir en esta zona de silencio la proliferación de lemas-palabras que cubren las cuestiones sinodales con un manto de costumbre cansada y repetitiva. Las expresiones son siempre las mismas, desde el discurso de Francisco en 2015 con motivo del cincuentenario de la instauración del Sínodo de los Obispos hasta el Instrumentum laboris de este año: proceso, estilo de vida, caminar juntos, escucha, consenso... Son palabras que no hablan, debido al abuso excesivo.
Si hablando de silencio hablamos de una Iglesia incierta y vacilante, observando en cambio el mundo de los “competentes”, encontramos una Iglesia muy dividida. Por competente me refiero a los cardenales y obispos que intervienen públicamente sobre el tema a favor o en contra del espíritu del Sínodo, a los teólogos, periodistas, intelectuales católicos y al mundo entero que publican continuamente en blogs y redes sociales. Aquí el contraste es muy fuerte y confirma que el Sínodo, tal como fue concebido, no será sólo un sínodo, sino que se propone como un cambio radical en la vida de la Iglesia. Es como si nos enfrentáramos a una cuestión de uno u otro. Lo que golpea y anima el conflicto es la creencia realista de que este Sínodo, al no tratar temas particulares sino la sinodalidad como un aspecto de toda la Iglesia, podría ser revolucionario y encender un gran fuego en detrimento de la tradición.
Así tenemos Conferencias Episcopales que se llaman al orden, como la polaca y la alemana. Tenemos cardenales que consideran la sinodalidad como una “pesadilla tóxica” (Pell), que dicen rezar todos los días para que no se celebre el Sínodo (Burke) o que la Iglesia está al borde de un precipicio (Müller). Otros cardenales, sin embargo, anuncian que a partir de ahora bendecirán a las parejas homosexuales en la iglesia (Marx), esperando que el Sínodo prevea esta posibilidad como estable. Hay cardenales que se retiran del Sínodo, rescindiendo del nombramiento (Ladaria), y obispos que anuncian que no aplicarán ninguna decisión del Sínodo que entre en conflicto con la tradición (Strikland) y, bajo amenaza, declaran que no dimitirán por su propia voluntad, provocando el aprecio de los altos prelados (Müller, Viganò). También hay grupos de fieles que escriben al Papa y le piden que se detenga.
Mientras tanto, existe la guerra entre las revistas teológicas. Los jesuitas, no sólo los italianos, están presionando por reformas. Los del “centro moderado” se dedican a profundizar en el concepto de sinodalidad, argumentando que aún no ha sido aclarado hasta el momento. De esta forma intentan ralentizar el proceso. Los de tradición examinan críticamente la relación entre sinodalidad, colegialidad y conciliaridad, llegando así también al Vaticano II.
Hay que reconocer que el próximo Sínodo ya ha producido algunos efectos, incluso antes de comenzar. Los códigos de comunicación se han vuelto más complicados, los ánimos se han caldeado y las contraposiciones han aumentado. La Iglesia está más dividida. Este no es un buen resultado preventivo.
Y en vísperas de la apertura del Sínodo, la Brújula organiza en Roma una conferencia internacional sobre los principales temas de esta asamblea. Con esta ocasión también se presentará la nueva revista mensual de formación apologética La Bussola mensual.
Si los laicos también votan, ya no es el Sínodo “de los Obispos”
Están cambiando las cartas sobre la mesa con el proceso sinodal en marcha: las cuotas rosas y las cuotas laicas desvirtúan de hecho el órgano establecido por san Pablo VI y regulado por el derecho canónico. Aunque está claro hacia dónde va todo esto, podemos respirar aliviados: una asamblea redefinida de esta manera no “hace” magisterio.
“Y el Verbo se hizo ideología”. Una Iglesia falsificada en el Sínodo
El Documento de Trabajo para el Sínodo sobre la Sinodalidad, presentado el 27 de octubre, es una repetición de las frases típicas de la ideología pseudocristiana con la que las jerarquías de la Iglesia martillean continuamente a los fieles: inclusividad, Iglesia sin puertas, rechazo de la división entre creyentes y no creyentes.
Los tres agujeros negros del Sínodo que ponen en peligro a la Iglesia
El camino que culminará en 2023 con el Sínodo de los Obispos presenta al menos tres agujeros negros. El primero es que su conducta no tiene nada de sinodal, lo cual confirma la actitud imperativa de Francisco. El segundo agujero negro se refiere a la escucha, viciada por el hecho de que ya se ha decidido qué escuchar y qué no. La tercera es la idea de introducir la democracia liberal en la Iglesia. Todo esto distorsiona a la propia Iglesia.