LA VIDA DE JESÚS EN EL ARTE / 16

La curación de los leprosos, un milagro poco representado

Uno de los milagros más impresionantes, pero menos representados del Señor Jesús en el arte es la curación de los diez leprosos. El hecho, sin embargo, está espléndidamente representado en un códice miniado: los Evangelios de Echternach, hoy protegido en el Museo Nacional Germánico.
- LA RECETA 

Cultura 04_04_2022 Italiano English

La vida pública de Jesús está salpicada de episodios milagrosos, descritos en los Evangelios, que han suscitado revuelo y asombro en quienes los recibieron o asistieron. Jesús realiza milagros como testimonio de la existencia de Dios y de su voluntad de redimir al hombre de los males espirituales y materiales: son actos subordinados a la fe de quien los recibe. Es decir, los milagros no sólo tienen la función de curar (física y moralmente) a las personas, sino que alimentan la fe, que es un requisito indispensable en la vida humana para poder seguir las enseñanzas de Dios y estar en comunión con él.

Jesús, hombre y Dios a la vez, está entre los hombres porque es uno de ellos, pero realiza actos prodigiosos, con los poderes divinos que le son propios y que trascienden los límites terrenales: milagros, en efecto. La palabra tiene origen latino (miraculum) y significa “cosa maravillosa”. Los milagros relacionados con Jesús se pueden clasificar por género: encarnación, curaciones, exorcismos, dominación de la naturaleza, resurrección de entre los muertos, etc.

En el Nuevo Testamento los milagros concretos de Jesús van acompañados de un valor simbólico, porque muchas veces después de haberlos realizado Jesús se va, desaparece o se esconde: tras la multiplicación de los panes se esconde para escapar del pueblo que quería proclamarle rey. O se niega a hacerlos, como sucedió en el tiempo que pasó en el desierto después de su bautismo, cuando Satanás lo reta a convertir las piedras en pan para mostrar su poder. En este y otros episodios, Jesús evita que los milagros obrados por él puedan ser malinterpretados por la gente: a menudo le pide a los que recibieron los milagros que guarden silencio sobre lo que les sucedió. Además, les prohíbe seguirlo e indica la señal de la cruz como señal de conversión. A través de los milagros, Jesús anuncia el reino de Dios y su misericordia hacia los hombres, pecadores en primer lugar.

Uno de los milagros más impresionantes y menos representados en el arte es el de la curación de los diez leprosos. Aunque casi con certeza el término hebreo “tzaraath” presente en el Antiguo Testamento (Levítico) -término traducido al griego, en la Septuaginta, con la palabra Λέπρα (lepra), que indica ser “escamoso” y de donde deriva la lepra- no coincide con la enfermedad que nosotros conocemos, los tres Evangelios sinópticos contienen un pasaje similar sobre la curación de un leproso: Mateo 8, 1-4; Marcos 1: 40-45; Lucas 5: 12-15.

En cambio, la curación de los diez leprosos solo la relata Lucas (17: 11-19):

Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y este era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

El arte cristiano representó ambos episodios, pero este tema, rastreable sólo a partir del arte medieval, es aún poco difundido y es prácticamente ignorado por todos los grandes artistas. La iconografía de los dos episodios es bastante fija: generalmente Jesús va acompañado de los apóstoles, entre los que destaca Pedro, y el leproso o los leprosos son siempre reconocibles por la piel cubierta de manchas, que les dan un aspecto impuro y los hacen marginados por la sociedad, los “muertos vivos”. Era (y es) una enfermedad terrible y espantosa.

El momento de aparición de esta enfermedad sigue envuelta en el misterio, pero se piensa que se originó en India o África, aunque estudios más recientes apuntan otras posibilidades. Los restos humanos más antiguos con signos indudables de lepra datan del segundo milenio antes de Cristo y se han encontrado en los sitios arqueológicos de Balathal en India y Harappa en Pakistán. Alrededor del 400 a.C. la lepra hizo su aparición en China: el libro “Feng zhen shi”, escrito entre el 266 y el 246 a.C., es el primer texto chino que describe sus síntomas. La lepra también fue descrita en la antigua Roma por los autores Aulo Cornelio Celso (25 a. C. - 45 d. C.) y Plinio el Viejo (23 - 79 d. C.). Pero la historia de la lepra es larga y compleja, y el espacio no nos permite detenernos en el argumento médico.

Volviendo a la escasa representación en el arte del milagro específico referido a la curación de leprosos por intervención de Jesús, así como algunos frescos, como el del monasterio de Visoki Decani (siglo XIV) o los mosaicos de la Catedral de Monreale (siglo XIII), el episodio de esta curación de grupo está espléndidamente representado en un códice miniado: los Evangelios de Echternach (Codex aureus Epternacencis). Se trata de un códice del siglo XI, escrito íntegramente en letras doradas. Fue realizado en la Abadía de Echternach (ahora en Luxemburgo, ver foto) bajo la dirección del abad Humbert, entre 1030 y 1050. El manuscrito consta de 136 hojas de 446x310 mm, con 60 páginas miniadas de las cuales 16 a página completa, 9 letras capitular miniadas a toda página y 16 a media página, 5 miniaturas de los evangelistas. También hay 10 tablas de canónigos enteramente miniadas y otras 503 letras iniciales miniadas. El estuche ricamente decorado del manuscrito se remonta a unos 50 años antes.

El manuscrito era propiedad del gobierno de Luxemburgo, pero se vendió al gobierno alemán en 1800. Actualmente se conserva en el Museo Nacional Germánico de Núremberg.

La antigua Abadía de Echternach fue un monasterio de monjes benedictinos situado a orillas del Sûre (en alemán Sauer), en Luxemburgo. Cofundada en el siglo VII por san Villibrordo (658-739, obispo de Utrecht) y santa Irmina de Oehren (fallecida hacia el 710), fue suprimida durante la ocupación francesa a finales del siglo XVIII. Centro de peregrinación a la tumba de San Villibrordo (también llamada “procesión danzante de Echternach”), la antigua iglesia abacial fue saqueada por soldados franceses en 1795. Reconstruida en 1868, es basílica menor desde 1939: es en ese año que, reconociendo su importancia como centro nacional de peregrinación a San Villibrordo, el Papa Pío XII concedió a la iglesia el estatus de basílica menor. Cada año el Martes de Pentecostés hay una procesión danzante en honor a San Villibrordo. Esta procesión es única en el mundo y por esta razón la UNESCO la ha declarado Patrimonio de la Humanidad.

La basílica fue destruida parcialmente durante la Batalla de las Ardenas en diciembre de 1944. El edificio actual data de 1953. Es la sexta iglesia en catorce siglos que se reconstruye en el estilo románico original. La fachada está inspirada en la basílica de Paray-le-Monial. El edificio reconstruido fue consagrado en 1953. La cripta del siglo VIII ha sobrevivido a las vicisitudes del tiempo sin daños graves. El Liceo Clásico de Echternach y su colegio ocupan hoy la mayor parte de los edificios monásticos, pero el resto del edificio sigue siendo un lugar de culto, donde se lleva a cabo una procesión danzante todos los años en Pentecostés, que vale la pena ver.