La bondad de las obras
Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. (Jn 10, 25)
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno». (Jn 10, 22-30)
Jesús intenta atraer la atención de sus interlocutores a la bondad de las obras y de los hechos que acompañan su enseñanza como testimonio de su procedencia y de Aquel que lo ha enviado. Pero para los que no quieren seguir a Jesús, ninguna obra es suficiente para adecuar la manera de pensar a la realidad que está delante de sus ojos. Preguntémonos si hacemos todo como nos ordena el Señor, o si ajustamos las cosas según nuestra mentalidad y nuestras comodidades.