Espontáneamente
El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. (Mc 4, 26)
Y decía: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado. (Mc 4,26-34)
En la fe en Jesús se encuentra la clave para comprender las parábolas evangélicas y la Verdad que en ellas se oculta. Quien tiene el corazón cerrado al anuncio del Evangelio no puede comprenderla. Por esto, el Reino de Dios inicia en la humildad de la pequeñez de la semilla, que inicialmente crece escondida en el tierra, pero sus frutos están destinados a durar porque están arraigados en la Verdad, que siempre interpela al corazón humano, deseoso de Verdad. Busquemos siempre y solo su Verdad y no la del mundo.