San Ceda por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La humildad abre las puertas a la misericordia

El que se humilla será enaltecido (Lc 18,14)

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

(San Lucas 18,9-14)

 

Uno de los mayores obstáculos en la vida espiritual es la presunción de creer que merecemos los dones de Dios, casi como si la criatura pudiera reclamar derechos ante su Creador. Esta actitud es peligrosa porque alimenta la soberbia, nos hace arrogantes ante Dios y nos aleja también del prójimo. En la parábola del fariseo y el publicano, la diferencia es clara: el fariseo, aunque aparentemente da gracias a Dios, en realidad se exalta a sí mismo, convencido de haberse ganado los dones divinos y de valer más que el pecador que reza a su lado; el publicano, en cambio, reconociendo su miseria, se entrega con sencillez a la misericordia del Señor, que inmediatamente lo acoge. ¿Eres capaz de reconocer que todo lo que tienes es un don de Dios y no un mérito tuyo? ¿Te comparas con los demás sintiéndote superior en lugar de hermano? ¿Sabes confiar con corazón humilde en la misericordia de Dios, como el publicano?