Sagrado Corazón de Jesús por Ermes Dovico
LA ENTREVISTA / Manuel Gregori

“El Sagrado Corazón puede curar todas las heridas”

Solo tiene 23 años, pero tiene una fuerza contagiosa y un don especial que recibió incluso antes de nacer: la Virgen que lloró en Civitavecchia en los años noventa, precisamente en la casa de sus padres. El autor de Fuoco e misericordia (Fuego y misericordia) cuenta a la Brújula Cotidiana el “secreto” de su amistad con Jesús.

Ecclesia 27_06_2025 Italiano English

Un chico de solo 23 años que habla del Sagrado Corazón de Jesús y de sus beneficios como lo haría un sacerdote con mucha experiencia y estudios. Se trata de Manuel Gregori, autor de Fuoco e misericordia (Ares, Milán 2025), que a primera vista no parece tener nada diferente de sus compañeros de edad. Se viste, habla y bromea (con acento romano) como cualquier chico de su edad, aunque lo que lo distingue de la media de los jóvenes de hoy es una fuerza contagiosa, una simpatía luminosa, la alegría de vivir, de construir, de hacer, de imaginar una vida dedicada en gran medida al bien. ¿Cuál es entonces el secreto de Manuel, que con ojos luminosos habla del sufrimiento y la redención como si ya hubiera vivido una vida muy larga? “La Madonnina (“Virgencita” en italiano), fue ella la que nos educó, eso y mucho más”. La Madonnina es la Virgen de Civitavecchia, que en 1995 lloró lágrimas de sangre en la casa de los Gregori, unos años antes del nacimiento de Manuel. La primera en verlas fue su hermana Jessica, entonces una niña, y toda la familia fue destinataria de mariofanias y mensajes.

¿Qué significa que la Virgen te ha criado, Manuel, y qué tiene que ver con el libro que has escrito?
Querría decirle a todo el mundo que la contemplación del Sagrado Corazón de Jesús puede curar todas las heridas y traer la paz al hombre de hoy. Lo sé porque he nacido en una familia que ha tenido el don de acoger, incluso antes de que yo naciera, la estatua de una Virgen que lloraba sangre, pero que por este motivo también ha tenido que sufrir mucho. He experimentado la fuerza de las armas que la Virgen nos entregó diciéndonos hace ya más de 20 años cómo había que acabar con la guerra nuclear que se avecinaba y también con nuestras guerras personales: el rezo del Rosario, la Adoración Eucarística, la ofrenda, el amor de su Hijo, la consagración a su Corazón.

¿Nos puede hacer un resumen de lo que ocurrió hace veinte años?
Además de las lágrimas de la estatua, mi familia ha recibido más de noventa mensajes de María y secretos, cada miembro de mi familia ha visto a la Virgen, ha tenido y tiene experiencias místicas. Hemos sufrido mucho, pero con Ella a nuestro lado hemos comprendido que el sufrimiento que se ofrece al corazón de Jesús trae alegría. La estatua de la Virgen aquí ha llorado sangre por la Iglesia, que ella consideraba cercana a la apostasía, y por un mundo en guerra.

¿Cómo vives a la luz de estos hechos?
¡Amo la vida! He sido cantante de ópera, he estudiado durante ocho años en el conservatorio Santa Cecilia, he cantado en España para la familia real y he ganado varios concursos. He sido presidente del Consejo Municipal de la Juventud de Civitavecchia, órgano consultivo del Ayuntamiento, y también he salido en los periódicos por luchar contra la “ideología de género” que esté entrando en nuestros colegios. Ahora estoy a punto de graduarme en Derecho y formo parte de una asociación que se ocupa de la gestión de los asuntos públicos. También trabajo para el puerto de la ciudad, soy responsable de los guías turísticos de los cruceros. Por último, también escribo.

¿Qué más has escrito además de este libro?
He autopublicado un libro sobre la Virgen María y también el opúsculo Oltre le Stelle, que es un camino espiritual dedicado a los adolescentes con un lenguaje sencillo, en el que explico por qué es bonito rezar y encontrar a Jesús. Mi profesor de teología moral en la Lumsa, que también es párroco, me compró 300 ejemplares para sus chicos y me dijo que les habían ayudado. Esto me hace muy feliz.

No es casualidad que en tu último libro digas que el Sagrado Corazón nos envía como “apóstoles de su amor en un mundo herido por la soledad, la división y la violencia, para llevar la luz”.
En una época de guerras e inquietud, Dios intenta llegar a nuestros corazones con fuerza, porque quiere darnos su Corazón para regalarnos la paz. Los jóvenes estamos bombardeados por tentaciones, vivimos en un mundo que nos convence de que todo lo que nos propone es para nuestra felicidad, pero es una pena que todo sea un conjunto de placeres efímeros que al principio satisfacen, pero luego presentan la factura de la decepción y la oscuridad de la depresión. Es la diferencia entre la luz natural de Dios, inagotable, y la artificial: cuando se funde la bombilla, te quedas a oscuras. Pero el engaño es tal que hemos llegado a aceptar que somos nosotros mismos una mercancía en manos de un poder que gana dinero a costa nuestra. Queremos tener, tener y tener, y nunca somos felices. Mientras que Jesús dice lo contrario: abandona todo y toma tu cruz, y no para morir, sino para tener la salvación y la gloria. Esto es lo que quiero comunicar, porque he visto que es verdad.

Pero, ¿dónde está tu sufrimiento en todo esto y qué tiene que ver Jesús?
Vengo de una familia con una historia muy importante. Nací unos siete años después de los primeros acontecimientos sobrenaturales y, a pesar de ello, he vivido muchas situaciones de acoso, al igual que mis hermanos. He sufrido actos de persecución violenta, incluso desde el punto de vista físico. Cualquier persona, en un momento dado, habría huido, habría respondido al mal con el mal o habría quedado profundamente marcada. Para mí no ha sido así: hoy trabajo con un chico que en los años de secundaria me hizo sufrir mucho y que hace poco me preguntó: “Manuel, ¿por qué eres mi amigo después de todo lo que te he hecho?”. Le he perdonado de corazón y quien me ha ayudado a hacerlo ha sido la Virgen y su infinita humildad, que es la de Jesús “manso y humilde de corazón”. En una aparición, nos pidió perdón por el tiempo y la tranquilidad que le quitaba a mi familia: teníamos en contra a la judicatura, a parte de la Iglesia y sufríamos continuos ataques de los periódicos. La Virgen nos educó para ser como ella y su hijo, para dar el justo valor a las cosas de este mundo y ofrecer el dolor mostrándonos la meta, el Paraíso, del que hemos tenido una experiencia parcial al verla. A nosotros, los hijos, nuestros padres nos han educado para no dar importancia al mal, para ignorar los actos de acoso: mis padres han sido los primeros en perdonar siempre a todos.

Probablemente, la experiencia mística que habéis vivido también os ha ayudado.
Todos en la familia nos hemos sentido sostenidos por esto. Mi hermano Davide, de tres años, estaba presente en la primera aparición a Jessica y a mi padre, y tiró del cordón del vestido de la Virgen. Mi padre recibió un beso en la frente de María, y mamá también es testigo de muchos acontecimientos sobrenaturales. Yo vi a la Virgen cuando a mi madre le diagnosticaron cáncer de mama: yo tenía siete años, estaba en el jardín y María se apareció en el techo de la habitación donde estaba mi madre. Ese día lloraba porque quería ir a recoger hinojos con mi tío y mi padre me llevó. Al volver, sentí el olor del aceite que rezumaba de la estatua que tenemos en casa, luego vi un remolino arcoíris del que salieron los ángeles y la Virgen con Jesús en brazos: era preciosa. El tiempo se había detenido, parecía que no estuviéramos en la tierra. Ella no dijo nada, pero me sonrió, y esa sonrisa fue como ver el cielo y saber adónde íbamos y sentir que me decía: “No te preocupes, todo irá bien”. De hecho, ya no tenía miedo. Tomé conciencia de que el destino final es realmente la respuesta a lo que todo hombre desea, por lo que los problemas y los sufrimientos pasan a un segundo plano. Recuerdo cuando en el instituto me empujaron voluntariamente contra un radiador de hierro fundido puntiagudo: me dolió mucho, pero al levantarme me vino a la mente la sonrisa de María que repetía “Yo estoy aquí”. Luego, cuando volví a casa lleno de moratones, vi la misma sonrisa en el rostro de mi madre.

Has escrito un libro para el resto del mundo que no ha recibido todas estas gracias. ¿Por qué?
Hoy ya no veo a María y, aunque a menudo se aparece en mis sueños, sin mi oración personal y la ayuda de la Iglesia y de mis padres no hablaría así. Mi hermana Jessica todavía ve a la Virgen y es capaz de entender cuándo va a llegar porque, aunque tiene casi 40 años, la llama “mi angelito” como la primera vez. Sin embargo, ninguno de nosotros somos santos. Tenemos, sí, la gracia de haber experimentado la vida eterna, pero no basta con eso si no decides seguir a Cristo.

¿Qué significa eso?
Imitarlo. Escribo que el Sagrado Corazón está “cansado, pero siempre acoge”. La paciencia es el amor infinito de Dios que nos espera, que cuando nos arrepentimos de verdad nos perdona olvidándolo todo. Nuestra sociedad ve a los humildes como fracasados, pero no es así: el humilde pide, por lo tanto aprende, camina, sabe estar con los demás porque no los ve como antagonistas, sabe construir. El orgulloso, en cambio, desprecia a los demás y, por lo tanto, hace la guerra: si hoy el mundo está lleno de conflictos es precisamente por el orgullo que crea guerras en las familias, en el trabajo, entre amigos, vecinos y, por lo tanto, entre Estados. Por eso, las heridas del Corazón de Cristo, que fue crucificado sin responder al mal con el mal, sino encomendando su causa a Dios, son una escuela que nos enseña a amar sin medida, a dar sin reservas.

Hoy en día, la mayoría de los adultos no saben vivir así ni siquiera por sus propios hijos.
No somos mejores que nadie. En mi familia todos tenemos un carácter fuerte, nos gustaría tener siempre la razón, pero el Sagrado Corazón nos ha enseñado a deponer las armas. Además, el dolor que hemos vivido lo hemos compartido y ofrecido juntos y esto nos ha unido mucho. Sabemos vivir el sufrimiento con alegría gracias también a mi madre: cuando le diagnosticaron un cáncer de mama en fase terminal, en el viaje de vuelta del Gemelli, le pidió a mi padre que parara para comprar pasteles y champán y, al llegar a casa, llamó a sus hijos y al entonces novio (hoy marido, ndr) de mi hermana y dijo: “Mamá tiene un tumor, pero se ve que Dios necesita este sufrimiento, no debemos llorar, porque Dios me ha dado una caricia de amor”. Estaba a punto de perderla, pero incluso este hecho me quitó el miedo. Pero mi madre es así también porque es devota del Sagrado Corazón desde que era pequeña: si su padre, que era muy gruñón, se enfadaba mucho, ella se escondía debajo de la estatua del Sagrado Corazón en la iglesia y allí encontraba paz, así comprendió que si en el sufrimiento te escondes en el Corazón de Jesús, encuentras refugio.

Escribes que las llagas de Cristo pueden curarnos, ¿cómo concretamente?
Primero hay que tomar conciencia de los propios pecados, por eso la Iglesia nunca debe dejar de hablar del pecado y del infierno (si nunca regañas a un niño pequeño, para enseñarle lo que está bien y lo que está mal, al crecer hará cosas malas sin saberlo y acabará destruyéndose), luego hay que arrepentirse y refugiarse en el Corazón de Jesús. Concretamente, esto se hace mediante la contemplación de la Eucaristía, de imágenes o estatuas del Sagrado Corazón. Si vas allí con la conciencia de que necesitas perdón, entonces Él te cura.

¿Es cierto que la estatua de la Virgen que lloró sangre se puso en lugar de una estatua del Sagrado Corazón?
El padre Pablo, amigo de la familia, viajaba por muchos santuarios europeos, y mi madre le pidió que buscara una estatua del Sagrado Corazón para poner en casa. Este sacerdote viajó a Fátima y no la encontró, luego fue a otros lugares marianos, pero nada. Finalmente, en Medjugorje pensó que la encontraría, pero no fue así. Entonces decidió comprar una estatua de la Virgen y le dijo a mi madre: “Mira, no he encontrado al Hijo, pero he traído a su madre”. Sin embargo, hoy los peregrinos nos traen estatuas del Sagrado Corazón e imágenes. Puedo decir que crecí con la leche materna y el Sagrado Corazón.

El otro ejercicio que propones para sanar las heridas del corazón es transformar la ira en oración. ¿Cómo lo haces?
Padre Pío tenía un temperamento brusco y colérico, pero decía que si sufres debes ofrecer, es decir, moldeó su carácter: tomaba la ira derivada de las injusticias que sufría y la ponía en el Corazón de Cristo, que la transformaba en alegría y caricia. No se trata de reprimir la ira o bloquearla y negarla, que luego se vuelve contra ti, sino de donársela a Cristo.

Dedicas el libro a tu madre, pero ¿quiénes son tus maestros?
Mi familia es mi maestra. No es casualidad que la Virgen se apareciera en una familia y por la familia, hoy tan atacada. Además, desde pequeño he respirado la Iglesia universal: tenemos un padre espiritual desde hace 30 años, que por cierto no creía en las apariciones. Cuando llegó aquí y, en lugar de una familia perfecta, vio a mi padre cansado por el trabajo, a Jessica y Davide peleándose y a mi madre con los pelos de punta porque estaba ocupada gestionando a los hijos y a la prensa, se convenció de la veracidad de los hechos. Desde entonces, este padre espiritual nos ayuda a vivir la fe y a afrontar la vida cotidiana y familiar con sus dificultades y sus alegrías. En este contexto nació mi vocación sacerdotal. La primera vez que sentí esta llamada fue en 2005, cuando era muy pequeño y el obispo de la ciudad, Girolamo Grillo, celebraba la misa aquí en casa. Quiero devolver el amor que he recibido y acogido a quienes no lo conocen.