El poder en la Iglesia
El criado no es más que su amo. (Jn 13, 16)
En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado». (Jn 13, 16-20)
El siervo no es más grande que su amo: si Jesús ha servido a aquellos que han creído en Él, así tendrán que hacer sus discípulos. Quien tiene algún poder en la Iglesia (desde el Papa al sacristán), no debe utilizarlo como fuente de poder personal fin a sí mismo, sino como servicio para la tutela de las almas. Por ejemplo, un catequista habla en nombre de la Iglesia. Ha sido llamado a un deber importante. No es el dueño de lo que nos enseña, pero tiene que transmitir fielmente lo que enseña la Iglesia. Si tiene alguna duda de fe la aclara preguntándole al sacerdote, pero no la transmite a los niños. Es decir, el hecho de instruir o enseñar no lo convierte en dueño de lo que enseña.