EL CASO

El Papa y los inmigrantes: buenas intenciones pero juicios equivocados

La severa catequesis realizada el pasado miércoles por el Papa sobre el drama de los inmigrantes ha removido. Pero el conmovedor llamamiento a responsabilizarse del sufrimiento de tantas personas fue contrarrestado, por desgracia, por una serie de “excomuniones” y juicios políticos basados en visiones ideológicas y desinformación.

Ecclesia 30_08_2024 Italiano English

Imposible no sorprenderse por la catequesis improvisada que ha pronunciado el Papa Francisco en la audiencia del pasado miércoles. “Mar y desiertos” era el título de la comunicación vaticana y, obviamente, el tema eran los inmigrantes, sus sufrimientos, sus aspiraciones, sus vidas rotas: “Y cuando digo ‘mar’ en el contexto de las migraciones –ha explicado el Papa Francisco-, me refiero también al océano, al lago, al río, a todas las traicioneras masas de agua que tantos hermanos y hermanas en todas las partes del mundo se ven obligados a atravesar para llegar a su destino. Y ‘desierto’ no es sólo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos, como bosques, selvas, estepas, donde los emigrantes caminan solos, abandonados a sí mismos”.

Ha sido un discurso que probablemente se convertirá en uno de los más importantes de su pontificado, la síntesis de sus argumentos en torno al tema que más lo ha caracterizado. Se capta la sincera implicación en el drama que implica al menos a 400 millones de personas en todo el mundo; un llamamiento profundo y sentido a nuestra humanidad, demasiado a menudo comprometida en juicios ideológicos que enmascaran una verdadera indiferencia ante el dolor ajeno. Pero los comentarios en los principales periódicos acerca de este discurso demuestran lo ideológicos que son incluso quienes se llenan la boca de acogida, preocupados por interpretar el discurso del Papa simplemente como un ataque al gobierno de Meloni.

Volviendo al discurso del Papa, sin lugar a dudas es importante que las historias personales de sufrimiento, violencia y muerte evocadas perforen la coraza de respuestas “ya preparadas” sobre esta emergencia mundial (como ya explicaba hace años un libro de la Brújula Cotidiana). Sin embargo, hay aspectos en este discurso, en las conclusiones que saca el Papa, que desentonan y reducen todo a un horizonte político y moralista que no se puede compartir en absoluto.

En primer lugar, el propio fenómeno migratorio, que es complejo y que, en cambio, se reduce a los inmigrantes ilegales que, se entiende, deberían ser todos acogidos sin peros al margen de cualquier otra consideración. Sin embargo, los datos nos dicen que la idea de que estas personas huyen de “guerras, violencia, persecuciones y muchas calamidades” es engañosa. Si así fuera, todos ellos tendrían derecho al estatuto de refugiado o, en todo caso, a la protección internacional, y ni siquiera necesitarían emprender viajes muy largos e inciertos, arriesgando sus vidas, para llegar a Europa. En realidad, los datos demuestran que la mayoría de ellos emigran de países que no están en guerra ni son víctimas de persecución o violencia. Los datos de nuestro Ministerio del Interior, actualizados a partir de ayer y referidos a los desembarcos de inmigrantes irregulares, nos dicen que desde el 1 de enero de 2024 hasta la fecha, de las 41.181 personas que han desembarcado en Italia, sólo alrededor del 20% proceden de países en guerra o donde existe una dictadura despiadada. Entre los seis primeros países por nacionalidad de los inmigrantes, hasta cinco (Bangladesh, Túnez, Egipto, Guinea y Pakistán), que representan el 50% del total de llegadas, no presentan ninguna situación que justifique la solicitud del estatuto de refugiado.

Habría que hacer muchas otras observaciones para comprender el fenómeno migratorio, pero esta simple observación basta para introducir el segundo aspecto: es injusta es la afirmación de que quienes quieren rechazar a los inmigrantes -“cuando se hace a conciencia y con responsabilidad”- cometen “un grave pecado”. También aquí se está metiendo a todos en el mismo saco y diciendo que quien cuestiona la acogida indiscriminada es a su vez responsable de las muertes que se producen en el mar (o en los desiertos). O, lo que es peor, que quien está en contra de la acogida indiscriminada desea la muerte de los migrantes por ello. Se trata de una afirmación muy grave, también desde el punto de vista moral, ya que se están juzgando las intenciones de las personas (que, por otra parte, en otras cuestiones, podrían incluso contradecir la doctrina de la Iglesia) y se están afirmando “dogmas” cuando en vista de un único objetivo se pueden tomar legítimamente caminos diferentes.

Precisamente porque el fenómeno es complejo y la inmigración irregular viola las leyes internacionales, está más que justificado que nos interroguemos sobre cómo evitar estos dramas y hacer justicia a todos. La acogida indiscriminada no es la única solución, en absoluto. Es grave, por ejemplo, que el Papa siga patrocinando las actividades de Luca Casarini y su Mediterránea, y no tenga en cuenta en absoluto la opinión y los llamamientos de los obispos africanos, que tantas veces han intervenido para desalentar la huida de los jóvenes de sus propios países, denunciando a los traficantes internacionales de seres humanos que engañan a las personas empujándolas hacia un ilusorio futuro brillante en Europa.

Llamamientos que también nos llevan al tercer aspecto, la afirmación de que la única solución al problema es ampliar “las rutas de acceso seguras y legales para los migrantes”. Es decir, corredores humanitarios –en la línea esbozada por la Comunidad de Sant’Egidio- para llevar a los migrantes a casa. Por tanto, condena sin apelación a las “leyes más restrictivas, (...) la militarización de las fronteras, (...)los rechazos”. De este modo, piensa el Papa Francisco, será posible sacar a los migrantes de esos “mares y desiertos” que huelen a muerte y derrotar a los traficantes de seres humanos.

Una vez más, por desgracia, el Papa (buenas intenciones aparte) demuestra tener mala información. Bastan un par de consideraciones, dado que este proyecto en Italia ya está activo desde 2016 y hasta ahora ha traído a nuestro país a 7.226 personas: en primer lugar, los corredores están destinados a quienes tienen derecho al estatuto de refugiado. Pero, como hemos visto, solo una pequeña parte de los que intentan llegar a Italia puede aspirar a este estatus, por lo que seguirían cruzando mares y desiertos como hasta ahora. En segundo lugar, son seleccionados y reunidos en campos de refugiados bajo control de la ONU, por lo que ya están a salvo fuera de sus propios países. Por tanto, suponiendo (y quedaría por demostrar) que estos corredores sean útiles para reasentar a un cierto número de refugiados, tienen muy poco que ver con la solución del problema de los inmigrantes irregulares.