Inmigrantes irregulares, ahora los obispos italianos bajan al mar
Por primera vez, un barco financiado por la Fundación Migrantes de la Conferencia Episcopal Italiana (Cei) participa en operaciones de rescate de inmigrantes irregulares en el Mediterráneo; y con la 'bendición' del Papa. Una decisión que abdica de la verdadera tarea de la Iglesia para identificarse con un bando ideologizado.
El Mare Jonio de Mediterranea Savings Humans, Luca Casarini y el 'capellán' Don Mattia Ferrari han vuelto por tanto al mar en busca de migrantes irregulares para rescatar. Salieron de Trapani en los últimos días con la bendición del obispo local. Esta vez, sin embargo, con dos novedades. La primera es que el barco va acompañado de una embarcación de apoyo financiada por la Fundación Migrantes de la CEI (Conferencia Episcopal Italiana), de la que es presidente el arzobispo de Ferrara-Comacchio Gian Carlo Perego. La segunda es que Francisco envió al grupo un mensaje manuscrito en el que decía: «Os deseo lo mejor y envío mi bendición a la tripulación de Mediterranea Saving Humans y a Migrantes. Rezo por vosotros. Muchas gracias por vuestro testimonio. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde. Fraternalmente, Francesco».
A principios de diciembre de 2023, la prensa había comentado ampliamente el trasfondo de esta nueva misión. Se había sabido que numerosas diócesis habían entregado a Casarini decenas de miles de euros para contribuir a sus misiones en el Mediterráneo. También se habían sentado las bases para una recaudación sistemática de contribuciones de las parroquias con este fin. La Bussola [AQUÍ] también había informado sobre ello, comentando las declaraciones de defensa de la diócesis de Módena, fuertemente implicada, y de la Conferencia Episcopal Italiana, que se ‘retiró’ [AQUÍ]. La operación parecía muy anómala, pues no pertenecía a una Iglesia, sino a un grupo ideológico activo, un comando político movimientista. La pasada militancia ideológica de Casarini y sus compañeros de acción era conocida por todos, lo que suscitó muchas perplejidades, a pesar de que Casarini había participado como invitado en el Sínodo de los Obispos del mes de octubre anterior. Extrañeza añadida a la extrañeza.
Ahora, la nueva aventura iniciada en los últimos días (la foto muestra un momento de la operación de rescate) contaba con las dos novedades vistas anteriormente, que se sumaban a su indigestibilidad. La participación activa de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) a través de la Fundación Migrantes corrobora nuestra hipótesis de entonces, a saber, que el cardenal Matteo Zuppi, presidente de la CEI, no podía desconocer la financiación del Mare Jonio por parte de las diócesis. El mensaje autógrafo de Francisco, aunque no es nuevo en este tipo de iniciativas sino el último de una larga serie, esboza una vez más un punto en el que no podemos estar de acuerdo con él.
La Iglesia no es un partido ni un grupo de acción. No debe entrar en el terreno de juego más que para proporcionar los principios y los objetivos para que pueda decirse que cualquier iniciativa social y política es honesta, útil para el bien común y respetuosa con el plan de Dios sobre la humanidad. Su tarea es ayudar a identificar los condicionamientos ideológicos en la acción política y a evitarlos, para lo cual se remite a las verdades de su doctrina y a la verdadera caridad cristiana.
Al dar estas enseñanzas, la Iglesia se cuida de no defender intereses partidistas, sino que en su libertad sólo se siente vinculada por la verdad y el bien. Para las cuestiones sociales, se sirve de su Doctrina Social, cuyos principios y directrices de acción propone, pero deja a la responsabilidad de los directamente implicados decidir qué hacer.
Al proporcionar estos criterios de evaluación, la Iglesia se preocupa de orientar las mentes y los corazones hacia el cuadro completo y realista, sin amputaciones. No es partícipe ni quiere verse inmiscuida en intereses particulares, ya sean teóricos o prácticos.
Puede incluso aprobar explícitamente alguna iniciativa particularmente significativa que constituya un buen ejemplo -sin «bendecirla» nunca, no obstante, en sus formas concretas de ejecución, que siempre pueden contener errores e injusticias humanas-, pero sólo si se ajusta a todos los principios de la moral humana y cristiana y no resulta escandalosa para nadie.
Ciertamente, no examinará la «moralidad» personal de los protagonistas de esta iniciativa, pero tampoco se dejará ganar por simpatías que no estén adecuadamente fundadas, examinará las situaciones con realismo cristiano y no evitará cuestionar sus posibles segundas intenciones.
En el presente caso, no parece que éste haya sido el comportamiento. Se ha prestado apoyo a un grupo con ideas cuestionables; se han utilizado recursos procedentes de las ofrendas de los fieles para fines que muchos de ellos desaprobarían; se ha respaldado una visión ideológica de la cuestión de la inmigración que ensombrece muchos aspectos y distorsiona otros; no se tiene en cuenta la instrumentalización que pesa sobre los llamados refugiados, ni su motivación realista para partir, ni el tráfico del que son víctimas y que una acogida a ciegas corrobora; no se reflexiona sobre las posibles violaciones de las leyes italianas e internacionales vigentes; no se tiene en cuenta que mientras los obispos italianos financian misiones en el mar, los obispos africanos piden que se detengan las salidas.
La Iglesia debería elaborar una propuesta que lo mantuviera todo unido y diera, con justicia, a cada uno lo suyo. En cambio, en este caso se identifica con una acción de grupo de un determinado color y apuesta por ella. Los obispos italianos llevan tiempo haciendo política directa: sobre las elecciones europeas, sobre la autonomía diferenciada, y ahora sobre el ius scholae; pero en este caso, además de dar indicaciones políticas, que de todos modos no es su tarea, entran directamente en el campo, o mejor dicho, en el mar.