El Papa mediador: Una operación fallida y mal gestionada
El trato despectivo dispensado a Francisco por el presidente ucraniano Zelenski ha sido embarazoso tanto para el Papa como para el Vaticano. Se han cometido graves errores, precisamente desde el punto de vista diplomático. La Iglesia católica tiene la tarea de enseñar la justicia y la salvación en Cristo, y no tiene que descender a los niveles de los poderosos de esta tierra.
El trato despectivo dispensado a Francisco por el presidente ucraniano Zelenski –que ha afirmado: “no necesitamos mediadores”- tras su encuentro de hace unos días ha sido, cuando menos, embarazoso para el Papa y el Vaticano. No sólo no ha sido “suavizado” con palabras de circunstancias, sino que se ha agravado por posteriores aclaraciones. La imagen en la que se podía ver al Papa Francisco en medio de una cohorte de funcionarios del gobierno ucraniano con trajes de camuflaje y armas a los lados ha sido ciertamente descorazonadora para la Santa Sede. Ni siquiera se ha podido gestionar el protocolo. Es cierto que la negativa a la mediación vaticana ha revelado claramente que el presidente ucraniano desea resolver la cuestión sólo por la fuerza de las armas, sin permitir a la otra parte ninguna posibilidad de poner la más mínima condición; también es cierto que ha surgido como consecuencia la grave responsabilidad de los estados europeos al armar a Ucrania sin impulsar ningún proceso de paz... Aun así, es innegable que para la diplomacia vaticana ha supuesto un fracaso y una fuerte pérdida de imagen.
Se han cometido graves errores, precisamente desde el punto de vista diplomático. Nadie expresaría públicamente su voluntad de mediar en un conflicto sin haberse asegurado antes la aceptación de las partes implicadas. El tercero que se ofrece a mediar debe estar seguro, antes de hacer pública la propuesta, de que será aceptada. La aceptación de la propuesta no debe ser una posibilidad, sino una certeza previa. Si no se tiene esta certeza, es mejor no proponerse, dado el hundimiento de imagen e influencia que supondría un posible “no”.
En segundo lugar, si se lanza una acción diplomática “secreta”, ¿por qué decirlo en una entrevista cuando aún está en curso? Y, sin embargo, esto es precisamente lo que hizo Francisco a su regreso de Hungría, recibiendo a cambio el desmentido del gobierno ucraniano, que negó que tal actividad diplomática secreta existiera realmente. Situación que acabó poniendo en serios aprietos al Vaticano, hasta el punto de que incluso el secretario de Estado Parolin tuvo que intervenir. El hecho es que nadie puede afirmar justificadamente que se estuviera llevando a cabo o no.
Así pues, toda la operación del “papa mediador” se ha organizado de forma desastrosa desde el principio y durante todo su transcurso, en primer lugar desde el punto de vista de la estricta práctica diplomática. Estas cosas se hacen con discreción, uno se asegura de antemano que es aceptado (cuando en 1978 Juan Pablo II evitó la guerra entre Chile y Argentina por la cuestión del Canal de Beagle, su mediación había sido solicitada por las partes), se organiza la comunicación y se regula el protocolo de los encuentros porque en términos de imagen son de gran importancia.
Esta derrota contrasta con el deseo de Francisco de situarse a nivel mundial como punto de referencia, expresando incluso su propia “geopolítica”. El padre Antonio Spadaro, jesuita director de “La Civiltà Cattolica”, también ha escrito un libro titulado “El nuevo mundo de Francisco”, publicado por Marsilio. Según él, Francisco está en contra de los simplificadores y de los que ven todo como un enfrentamiento definitivo entre el bien y el mal. Querría volver a poner el diálogo y la misericordia en el centro de las relaciones internacionales, para trabajar por un futuro de reconciliación. Spadaro afirma que “le gusta tocar las heridas abiertas que existen entre los pueblos, entre las naciones; quiere tocar los muros para sanarlos. ¡El mismo gesto de Jesús!”. Por tanto, prosigue Spadaro, “significa que para él no hay situaciones sin curar que no puedan resolverse; quiere tocar los lugares heridos porque sabe que entre los pueblos y las naciones no hay situaciones de conflicto que no puedan resolverse: es una gran apertura hacia el futuro”.
Sin embargo, el hecho es que el prestigio internacional de la Santa Sede ha disminuido en los últimos años, y el último acto en este camino descendente ha sido el “no” de Zelenski. El silencio de la Iglesia sobre la cuestión de los derechos humanos en China y su compromiso con Pekín sin duda han hecho su parte. Pero también el silencio sobre los viejos y nuevos regímenes comunistas latinoamericanos. En ese subcontinente hay gobiernos, como el de Nicaragua, que persiguen desde hace tiempo incluso a hombres de iglesia, u otros que aceleran la introducción de leyes contra la vida y la familia, pero no se han oído gritos de alarma desde Roma. Incluso con respecto a Hong Kong y Venezuela, el Papa no ha intervenido. A esto se añaden sus diversos discursos "políticos" y la adhesión sustancial de la Iglesia católica a transiciones políticamente correctas, como la medioambiental y verde, la sanitaria y los objetivos 2030 de la ONU, ciertamente sesgados. Todo ello ha desdibujado el papel internacional de la Santa Sede.
La cuestión principal que hay que plantearse es si la Iglesia tiene la tarea de la mediación diplomática. La Iglesia católica tiene la tarea de enseñar la justicia y la salvación en Cristo. No debe, por tanto, descender a los niveles de los poderosos de esta tierra, haciéndose pasar por uno de ellos y operando según criterios políticos, que ni siquiera son bien utilizados. Puede darse el caso de que dos naciones, especialmente las de tradición católica, pidan mediación, pero lo que no puede suceder es que el Papa se proponga como mediador, descendiendo así a un nivel político y “politizador”.