San Columbano por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

El objetivo de los milagros

Anda, tu fe te ha salvado. (Mc 10,52)

Y llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuní, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. (Mc 10,46-52)

 

Los milagros que Jesús lleva a cabo no son nunca un fin en sí mismos. Los enfermos curados, los ciegos que recuperaron la vista y los muertos que resucitaron tuvieron que comparecer, todos ellos, al final de su vida, ante Dios para ser juzgados. En ese momento no cuenta nada más que la fe y las obras realizadas en virtud de ella. Por esto Jesús, cuando realiza los milagros que le piden los necesitados, no está curando los cuerpos, sino que pone en primer plano la curación del alma y, por ende, la importancia de la fe en Él. De hecho, no es una vida sin pruebas la que nos puede asegurar la felicidad eterna, sino el acoger la Gracia divina a través de nuestra propuesta de amar a Dios y de obedecer a su voluntad. ¿En qué medida eres obediente a la voluntad de Dios? ¿Te esfuerzas por entender qué quiere Dios de ti cada día?