El obispo y Macron acuerdan reformar Notre Dame
El concurso de artistas con el que Macron pretende remodelar la catedral parisina ha llegado a su fase final. La petición de romper con el pasado, incluidas las vidrieras, procede también del arzobispo Ulrich. Aún así, hay quien intenta detener la destrucción.
El próximo 8 de diciembre las campanas sonarán para anunciar al mundo entero, no sólo a París, que volverá a celebrarse la Misa en Notre Dame, aunque las obras aún no estén terminadas. Para una solemnidad de la Inmaculada Concepción con un sabor muy especial también se había invitado al Papa, pero ha declinado la invitación.
Pero no es por eso por lo que se vuelve a hablar de Notre Dame, sino porque el concurso de artistas con el que Emmanuel Macron pretende remodelar la catedral ha llegado a su recta final. Quedan ocho artistas para elaborar un proyecto que sustituya las vidrieras, iconos del cristianismo, por símbolos que, al parecer, podrían recordar al transhumanismo. El proyecto final sigue envuelto en el misterio, pero la petición de romper con el pasado y abrazar la modernidad no sólo ha venido del président jupitérien: es el arzobispo de París, Laurent Ulrich, el promotor por excelencia de una “nueva” Notre Dame, y está presionando para que el Elíseo supere las objeciones de los historiadores del arte y permita que la catedral restaurada sea una expresión de la “Francia de hoy”.
Parece que la iglesia madre de la archidiócesis de la capital francesa y la segunda más visitada del mundo después de San Pedro tiene unas vidrieras que recuerdan “demasiado” a la Edad Media. Y así, el presidente y el monseñor, ignorando la opinión de la Comisión Nacional de Bienes Culturales y Arquitectura (CNPA), que se ha opuesto firmemente a la sustitución, se han obstinado en encargar nuevas vidrieras para las seis capillas de la catedral. Los franceses, los historiadores del arte y el CNPA consideran que su retirada, junto con las nuevas decoraciones artísticas, el mobiliario litúrgico y los vasos sagrados, es “vandalismo”.
Fue el 15 de abril de 2019, al inicio de la Semana Santa, cuando un incendio de origen desconocido -quizás la misma mano que entretanto también ha prendido fuego a otros cientos de iglesias católicas, a no ser que todas sean víctimas de un extraño fenómeno de “autocombustión”- acabó con gran parte de una de las catedrales símbolo de la cristiandad occidental. Sin embargo, se salvaron los tres rosetones, así como las vidrieras de los muros y del ábside.
Y exactamente dos días después del incendio de 2019, Macron ya soñaba con un destino diferente para Notre Dame. Al principio, promovió la idea de un “gesto arquitectónico contemporáneo”, proponiendo un concurso internacional de arquitectos para reconstruir la aguja desaparecida. Después, pensó en un museo capaz de reunir todas las obras de arte de la catedral con la ambición, evidentemente, de “desnudarla”. Tras la polémica los planes se retiraron rápidamente. Pero el clima de novedad que debía vestir Notre Dame ya se había iniciado y, a lo largo de los años, han surgido las propuestas más disparatadas: desde la sustitución del tejado por un invernadero hasta la capilla ecológica, pasando por muros recubiertos de hojas de cáñamo. La oposición de los expertos ha sido siempre decisiva para frenar cualquier quimera. Aunque Notre Dame, según la ley francesa sobre la separación de la Iglesia y el Estado de 1905, es propiedad del Estado y su uso está confiado a la Iglesia católica, por lo tanto, cada decisión está, hoy por hoy, sólo en los escritorios de Macron y monseñor Ulrich.
A finales de 2020, todavía bajo la dirección de monseñor Michel Aupetit, fue la diócesis de París la primera en proponer la idea de vidrieras contemporáneas. En esa misma ocasión también se propusieron bancos con puntos luminosos que conectarían la nave y las columnas: un diseño que recordaba mucho a las pistas de aterrizaje de los aeropuertos o incluso a los aparcamientos. La entonces ministra de Cultura, Roselyne Bachelot, se opuso a los planes de la diócesis, sobre todo en lo referente a las vidrieras, porque “están clasificadas como monumentos históricos y es imposible sustituirlas”. El asunto parecía archivado.
Pero en una carta enviada al presidente de la República a principios de diciembre de 2023, monseñor Ulrich, actual arzobispo de París, reiteraba su deseo de que se encargasen una serie de nuevas vidrieras como signo de los tiempos. “Lo suscribo plenamente”, respondió Macron, “con mi pleno consentimiento convocaremos un concurso”. La Comisión Nacional de Bienes Culturales y Arquitectura asegura que su opinión no se ha tenido en cuenta y los franceses indignados intentan frenar el “diseño”.
Inmediatamente después de la carta de monseñor, Didier Rykner, director de la revista La Tribune de l'Art, lanzó una petición en Change.org que ha recogido más de 190.000 firmas hasta la fecha. Pero el debate también se ha agravado. Se ha presentado una demanda colectiva por parte de donantes que habían aportado importantes sumas para restaurar las vidrieras de Notre Dame, y también ha lanzado un llamamiento una asociación de arquitectos alegando que Francia, al adherirse a la Carta de Venecia de 1964, se comprometió a “preservar, en las obras de restauración, los elementos históricos de los monumentos nacionales sin alterarlos mediante añadidos modernos”. Además, según la Carta, no se puede destruir o retirar un elemento que no haya sido dañado. Estas vidrieras datan del siglo XIII y su complejidad y belleza ejemplifican la mejor artesanía medieval, además de figurar entre las mayores obras maestras del arte cristiano: datan de 1255 y a lo largo de cientos de metros hablan de Jesús, la Virgen María y los santos.
Macron, gracias a monseñor Ulrich, también puede tener la oportunidad, como Mitterrand con la pirámide del Louvre y Pompidou con el Centro que lleva su nombre, de tener algo por lo que ser recordado a lo largo de los siglos. ¿Y qué mejor que Notre Dame? Ya saben, el presidente que se ha distanciado, según confesión propia, de una presidencia “normal”, trata a Francia como una matriarca controla la cocina y el salón. De hecho, ya lo vimos con los Juegos Olímpicos.
Pero esta vez el deseo de reescribir el pasado, con la complicidad de la Iglesia católica, es tan marcadamente comunista que molesta incluso a los franceses que no van a la iglesia. Ya en el pasado, Macron ha dicho en repetidas ocasiones: “Francia no es su historia”. Sin embargo, la remodelada Notre Dame parece un salto atrás hacia la Revolución Francesa, que devastó y despojó de todo símbolo religioso la catedral emblema del catolicismo transalpino y demolió su flèche (la que el incendio destrozó en 2019 había sido reconstruida en 1858), para convertirla en un “templo de la Razón”.
Frente a la catedral en llamas en directo, Richard Millet escribió en la introducción a Notre Dame arde. La autodestrucción de Europa que “la catedral parecía un caldero demoníaco. No he oído a nadie recordar, en aquella ocasión, lo que es una catedral, ni lo que está representado en la fachada de Notre Dame, un admirable libro de piedra y testamento espiritual que muestra a los Apóstoles, los reyes y profetas de Israel, la historia de la Virgen María, el Juicio Final. La alianza de los dos Testamentos, el doble patrimonio de Jerusalén y Atenas que la Unión Europea se esfuerza cada día en repudiar en nombre del globalismo multicultural y multiétnico impuesto por una inmigración masiva de la que el Islam es la cabeza de puente. Una alianza que es ciertamente intolerable para los ‘librepensadores’ enamorados de la ‘justicia social’, del antirracismo y de los derechos humanos”.
Si todo se cancelará definitivamente lo sabremos en breve, por ahora la noticia es que Macron y el obispo de París están en sintonía.