El infierno del sin nombre
Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro. (Lc 16, 23)
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”». (Lc 16, 19-31)
Un detalle importante de la parabola del rico epulón tiene que ver con la circunstancia que Lázaro, juzgado digno del paraíso, está cualificado por nombre, a diferencia del rico condenado al infierno que acaba siendo un sin nombre. Esta es una primera enseñanza: los condenados, ya en esta vida, tienden a perder la identidad, limitando los propios deseos a los horizontes terrenales. El rico, una vez muerto, reconoce a Lázaro; es decir, en vida era conocedor de sus necesidades, pero había preferido mirar hacia otro lado porque estaba distraído por otros pensamientos. Amar el propio bienestar más que a los hermanos basta para ser condenado. Lázaro, en cambio, en su sufrimiento no se lamenta contra el rico, ni contra Dios y por eso se convierte en beato. ¿A quién nos parecemos más nosotros? Intentemos siempre parecernos a Lázaro en su aceptación de la voluntad de Dios, incluso si conlleva privaciones y sufrimientos… el premio del paraíso está a la vuelta de la esquina.