El cristianismo es misionero
Quien se avergüence de mí y de mis palabras. (Mc 8, 38)
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles». Y añadió: «En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia». (Mc 8, 34-9,1)
La exigencia de la misión y del testimonio es tan inherente y está tan en simbiosis con el mensaje evangélico que podemos afirmar, con seguridad, que el cristianismo o es misionero o no es. Esto conlleva que cada vez que los cristianos, independientemente del papel que tengan en la Iglesia, renuncian por cualquier razón a propagar el Evangelio son culpables de hacer que la sangre derramada por Cristo y por los mártires para este propósito, en relación a los que no han recibido el anuncio, sea inútil. Recemos para que el Señor nos dé la fortaleza necesaria a través de la Eucaristía.