El corazón abierto puede llenarse
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. (Jn 1,39)
Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)». (Gv 1,35-42)
Los primeros discípulos de Jesús, que lo siguieron hasta su casa para ver cómo y dónde vivía, al recibir las bases de su enseñanza ya habían abierto la casa de su corazón al Maestro. En tales condiciones, el anuncio del Evangelio es siempre eficaz, incluso si sigue caminos imprevisibles para los hombres. Debemos hacer que nuestro corazón esté siempre bien dispuesto hacia Dios, de manera que Él pueda llenarlo con su amor. Solo así podremos amarle sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.