Dios, el prójimo y nosotros mismos
Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. (Lc 6,6)
Otro sábado, entró él en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada: «Levántate y ponte en medio». Y, levantándose, se quedó en pie. Jesús les dijo: «Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?». Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo y su mano quedó restablecida. Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús. (Lc 6,6-11)
El sábado es un regalo de Dios para que el pueblo elegido pueda descansar y, finalmente, al no estar distraído con el trabajo cotidiano, profundizar en la Ley de Dios. Las manos le sirven al hombre tanto en las actividades laborales, para obtener el pan cotidiano, como durante el sábado, para ser elevadas por encima de la propia cabeza para alabar a Dios. Cuando Jesús cura al hombre de la mano paralizada, no solo le ayuda a el, sino que también nos ayuda a nosotros a entender mejor como se cumple la Ley de Dios: amandole a Él sobre cualquier cosa y, como consecuencia, al prójimo como a nosotros mismos.