San Esteban por Ermes Dovico
CRISTIANISMO Y ALIMENTOS PROHIBIDOS / 1

Comer sangre, un tabú roto en el siglo XIX

Durante mucho tiempo incluso en el cristianismo, heredero del judaísmo, estaba prohibido comer alimentos que contuvieran sangre. Tan sólo hace 150 años que se empezaron a tolerar los alimentos que contenían sangre. De hecho, los cristianos no conocen ni practican formas de privación de alimentos por motivos religiosos.
-LA RECETA 

Cultura 08_05_2021 Italiano English

Estamos en Roma, anno domini 57. En una suntuosa casa, dos hombres almuerzan juntos. Hablan del mundo, de la política, de la fe. Uno está vestido con una sencilla túnica blanca y lleva sandalias de cuero, sólidas y polvorientas. Su espesa barba blanca le da un aura hierática. Se trata del apóstol Pedro, invitado a compartir una comida con el centurión romano Cornelio. Este último va elegantemente vestido y perfectamente afeitado (los romanos eran los hombres más afeitados de la historia: se afeitaban la cara con cera de abeja).

Cornelio está fascinado por el cristianismo y se siente atraído por esta religión que hace a los hombres serenos y –le parece- seguros de sí mismos. Pero una vez terminada la comida, Pedro es reprendido por un grupo de cristianos que le ven salir de la casa de Cornelio con palabras severas: “¡Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos!” (Hechos 11,3).

La explicación de esta referencia a la circuncisión radica en el hecho de que, en un principio, el cristianismo sigue las reglas dietéticas de los judíos, siendo las figuras centrales de esa nueva religión todas de origen judío. En el contexto de la comida de Pedro y Cornelio, significaba que no se sabía cuán puros eran los alimentos que habían comido. Había preparaciones de la antigua Roma como el Ventriglium de cerdo (es decir, el estómago en el que se cocinan los restos de carne y las vísceras mezcladas con la sangre coagulada). Pues bien, al igual que la religión judía, incluso en el cristianismo primitivo la sangre de los animales estaba prohibida en los alimentos.

La fuente más acreditada de esta prohibición alimentaria en los primeros tiempos del cristianismo nos la da Tertuliano de Cartago (155-230 circa), en dos de sus textos: “Apologeticum” y “De Præscritpione Hæreticorum”. Tertuliano tiene varios méritos para la cultura occidental. Entre otras cosas, le debemos la expresión “libre albedrío”: utilizó por primera vez el término “liberum arbitrium” para traducir el αὐτεξούσιος griego (autexousios) de Epicteto.

También es un ardiente defensor de la comida sana y moderada, de hecho escribe: “Uno no se acuesta para comer sino después de haber hecho una oración a Dios. Se come según el hambre, se bebe como debe hacer la gente modesta, se sacia como la gente que no olvida que incluso por la noche hay que adorar a Dios. Se habla como quien sabe que Dios escucha”.

A finales del siglo II y principios del III, Tertuliano figura entre los primeros escritores cristianos en latín y, sin duda, es uno de los primeros teólogos que escriben en esta lengua. En sus escritos utiliza un lenguaje específicamente técnico tomado de la jerga de los abogados y construye los textos de forma deliberadamente irregular, con interrogaciones, exclamaciones, frases hechas, juegos de palabras, anástrofes, metáforas, para hacer el discurso más incisivo. El estilo es vehemente, polémico y duro, tanto cuando habla del aborto (que define como “asesinato prematuro”) como de las prohibiciones alimentarias, refiriéndose concretamente a la sangre, prohibida en la dieta cristiana.

Además, en el siglo VII, concretamente en el año 692, el Concilio de Trullo, también conocido como Concilio de Quinisexto, celebrado en Constantinopla, prohibió expresamente el consumo de cualquier alimento que contuviera sangre. No sólo eso, sino que los castigos para los que contravenían eran severos: excomunión para el pueblo y destitución para los sacerdotes. Sólo más tarde, a finales del siglo XIX, se empezaron a tolerar los alimentos que contenían sangre como ingrediente.  Existen numerosas preparaciones, como el sanguinaccio dolce de Lucania y Campania, el black pudding de las Islas Británicas, la Schwarzsauersuppe (sopa negra agria) del norte de Alemania, la czernina polaca (otra sopa) o el tiết canh vietnamita, elaborado con sangre y carne de pato recién sacrificado. La sangre, generalmente mezclada con grasa de cerdo, también se utiliza para elaborar diversos embutidos, como la Blutwurst alemana, la morcilla española y el boudeun del Valle de Aosta. La sangre también actúa como aglutinante y puede utilizarse para preparar civet, una salsa marrón, o acompañar a la caza.

El consumo de sangre suele ser estacional y, dada la limitada vida útil del alimento, se asocia generalmente al periodo en que se sacrifican los animales (por ejemplo, los cerdos).

En algunas poblaciones también se puede utilizar la sangre de los animales sin matarlos. Por ejemplo, los masai extraen sangre de las arterias del cuello del ganado que crían y la consumen caliente o después de mezclarla con leche; el animal suele recuperarse en un tiempo relativamente corto.

La prohibición impuesta a Noé en Génesis 9,3-6 se aplicaba a todos sus descendientes y no incluía sólo la sangre animal, un principio que se enfatizó en el primer siglo cuando a los cristianos se les ordenó en la reunión conocida como el Concilio de Jerusalén “abstenerse de sangre” (Hechos 15,28-29).

En el judaísmo bíblico, el tabú de la sangre como “exclusión o prohibición sagrada” se remonta a la antigüedad. El Génesis describe a las primeras generaciones de hombres como vegetarianos, comiendo principalmente fruta (1,29). En la transición de las dietas vegetarianas a las carnívoras post-diluvianas, nació el primer tabú de la sangre. Según la narración, Dios concedió a Noé permiso para matar animales para alimentarse con una condición estricta: “Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre” (9,3).

¿Cómo se llegó a tolerar el uso de la sangre animal en diferentes recetas de varios pueblos, como hemos descrito anteriormente? Bueno, tal vez porque el mismo Jesús lo permitió. Judío de la tribu de David, odiaba los formalismos judíos. Por eso, hablando de la comida dijo: “¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?” (Marcos 7,14-19).

Una frase así podría suscitar una sonrisa, pero Jesús la pronunció. Por lo tanto, podemos concluir que los cristianos, a excepción de algunos grupos menores (testigos de Jehová, adventistas), no conocen ni practican formas de privación-exclusión de alimentos con fines religiosos.

Volviendo a nuestro tema de hoy, los alimentos cocinados con sangre no tienen muchos aficionados, salvo en las zonas donde estos platos son tradicionales. Más allá de los preceptos religiosos, este hábito sigue siendo una cuestión de gusto y, como tal, muy personal.