Aquellos que dicen creer en Dios
Pero todos a una empezaron a excusarse. (Lc 14,18)
Uno de los comensales dijo a Jesús: «¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!». Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”. El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”. Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”». (Lc 14,15-24)
La parábola de los invitados a la cena está originariamente dirigida por Jesús a los judíos que no le querían acoger. Podemos aplicarnos también a nosotros mismos la enseñanza de Jesús, la cual, hoy como ayer, nos llama a todos a formar parte de su Reino. Que nosotros, que frecuentamos regularmente la Iglesia y por tanto somos los primeros en recibir la invitación de Jesús, encontremos nunca mil excusas para no cumplir la voluntad de Dios de manera concreta cada día. En caso contrario, Él se dirigirá a los llamados lejanos que, si se convierten, pasarán por delante de nosotros.