PRELADOS FUERA DE CONTROL

Zuppi, el “cardenal queer”

En el Festival de Cine de Giffoni, dedicado a niños y jóvenes, el presidente de los obispos italianos exalta la familia queer de la fallecida escritora italiana Michela Murgia, una especie de “comuna” en la que se deconstruyeron todos los roles familiares, con el objetivo declarado de destruir la familia natural. Afirmaciones muy graves que esperamos tengan en cuenta los cardenales en el próximo Cónclave.

Ecclesia 25_07_2024 Italiano English

“Hay que entender lo que significa ‘queer’ en mi opinión. Me lo explicó una persona que se llamaba Michela y se apellidaba Murgia. Me habló de los hijos que tuvo, con los que no tenía ninguna relación de sangre. Se casó con un hombre porque le quería y para poder seguir teniendo ese vínculo con esos hijos. Creo que todos deberíamos aprender esto, que un vínculo puede existir sin que haya necesariamente una implicación legal. De lo que se trata es de amarse”. Éstas son las declaraciones de Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, cardenal de la Santa Iglesia Romana y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.

El cardenal ha puesto de manifiesto una vez más su conocido “populismo doctrinal” durante su intervención en el Festival de Cine de Giffoni (festival de cine para niños y jóvenes) que tiene lugar estos días. Que lo importante es “amarse” es una afirmación que ya está en boca de todos y encuentra consenso en todos los rincones del planeta: basta con no dar contenido a la expresión y dejar que cada uno la llene con el contenido que más le guste: desde la mujer que aborta a un niño con malformaciones para evitarle sufrimientos en vida, hasta Cappato que ayuda a otros a morir libremente y sin dolor, pasando por el pederasta que mantiene una relación “consentida” con un menor.

Pues bien, ahora Zuppi explica que incluso la “familia queer no es más que una de estas variantes de “amarse” y que lo comprendió gracias a la conocida escritora perfectamente mainstream fallecida hace un año. Para entender la gravedad de las afirmaciones del cardenal, es necesario recordar la vida de Murgia. Casada en 2010 con Manuel Persico, un informático de Bérgamo, se separó de él cuatro años después, explicando así su decisión: “Nunca creí en la pareja, siempre la consideré una relación insuficiente. Dejé a un hombre después de que me dijera que soñaba con envejecer conmigo en Suiza, en una villa junto al lago. Una perspectiva horrible”.

De ahí el nacimiento de la “familia queer: cuatro “hijos del alma”, como ella los llamaba, de los que no se sabe mucho sobre su procedencia; la única certeza es que no eran sus hijos. El primero, Raphael Louis, del que se sabe más, es un “hijo compartido” con su verdadera madre, Claudia, con la que Murgia afirmaba ser una pareja homosexual: “¿Cómo sucedió que nos convertimos en madres juntas? Raphael lo hizo posible cuando tenía nueve años, cogiéndome de la mano la misma tarde que le vi por primera vez y diciéndome: ‘No quiero que te vayas nunca’. Durante los doce años siguientes yo me divorcié, ella se casó, vivimos muchas cosas juntas, pero una cosa nunca cambió: seguimos siendo las madres de Raphael” (ver aquí). Después, la presencia de un hombre, el actor y director Lorenzo Terenzi, dieciséis años menor que ella, con el que Murgia se casó por lo civil “a regañadientes” poco antes de su muerte, debido a la falta de otros instrumentos legales que garantizaran sus derechos mutuos.

La familia queer de Murgia es en esencia una comuna, en la que no existen los roles, despreciados como máscaras que arruinarían la “elección amorosa”. “En la familia queer en la que vivo, no hay nadie al que no se le haya dirigido el término marido/mujer a lo largo de los años”, explica la escritora. Hijo, novio, madre, padre: todos ellos términos totalmente “líquidos” que ya no significan nada: “Dentro de esta familia todo ha cambiado, los papeles rotan. En la familia tradicional esto no ocurre porque es la sangre la que los determina. Un padre es siempre un padre. Y a veces esto es una sentencia de por vida. Tanto para el padre como para los hijos” (ver aquí).

Así, frente a esta subversión total del orden que Dios ha puesto en la realidad de la familia, el cardenal Zuppi no tiene otra cosa que decir que “de lo que se trata es de amarse”. Al igual que lo importante era amarse en el caso de la pareja gay oficialmente bendecida en junio de 2022 (mucho antes de Fiducia supplicans) por el padre Gabrielle Davalli, director de la Oficina Pastoral para la Familia de la diócesis de Zuppi, que había sido informado de la bendición (ver aquí), y luego inventó justificaciones que eran una completa basura (aquí).

¿Es necesario creer para amarse? “No -responde el cardenal-. Hay muchas personas que practican formas de altruismo y de atención al prójimo, formas de generosidad, sin creer”. Y añade: “¿Ayuda creer? Sí. Ayuda a no utilizar a los demás, a amarlos de verdad, pero las religiones no tienen la exclusiva del amor”. No hay nada que objetar a que pueda haber altruismo y generosidad incluso fuera de la fe, pero cabe preguntarse si un obispo recibe el episcopado para charlar sobre el altruismo de los ateos. Y, sobre todo, si se le confirió la sagrada orden para silenciar a Jesucristo y citar a Murgia. Porque Zuppi siempre hace lo mismo: para él, el mundo necesita la Constitución, la no violencia, la generosidad, la inclusividad, pero ni una sola vez se acuerda -y recuerda- que el problema del hombre es el pecado, que nos hace esclavos del maligno y nos destina a la condena eterna. Y es precisamente de esto de lo que Nuestro Señor -Él y sólo Él- vino a liberarnos. Y la familia vivida según el plan de Dios es parte constitutiva de esta liberación de los afectos de las pasiones, de las ideologías, del falso amor a sí mismo y al prójimo, de lo que la “familia queer” es un ejemplo evidente.

La familia queer de Murgia que tanto le gusta a Zuppi no es otra cosa que la deconstrucción sistemática de toda relación que tenga su fundamento en la creación: filiación, paternidad, maternidad, esponsalidad. Relaciones que Dios quiso en su plena verdad, que incluye también la tan despreciada e incomprendida corporeidad para que fueran signos tangibles y visibles de la relación entre nosotros y Dios. Porque Murgia -hay que recordárselo a Zuppi- constituyó su “queer family” explícitamente para deconstruir y licuar la familia: no “tradicional”, término que puede equipararse a una forma histórica precisa y también natural.

Las observaciones del cardenal Zuppi son extremadamente graves y deberían llamar la atención del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, pero teniendo en cuenta quién lo preside no hay esperanza humana. Esperamos que al menos los cardenales lo tengan en cuenta para el próximo cónclave. No dudamos de que el Señor, a quien se eleva nuestra súplica para que nos libre de los lobos con piel de cordero, lo tendrá en cuenta.