Vivir como hijos, no como estafadores
Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando (Lc 13,22)
En aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
(San Lucas 13,22-30)
Para ser verdaderamente reconocidos como hijos de Dios, no basta con observar los mandamientos: es necesario hacerlo con la ayuda de los dones del Espíritu Santo y, sobre todo, con un corazón sincero, animado por el amor hacia Él. La obediencia, de hecho, debe ser una respuesta de amor, no un cálculo o una forma de exhibición. El cristiano está llamado a transformar toda su vida en una ofrenda eucarística, un agradecimiento constante al Padre que lo ha querido, al Hijo que lo ha redimido y al Espíritu que lo santifica. Pero si alguien observa los mandamientos solo para buscar la aprobación o el prestigio humano, entonces, en el momento del Juicio, Dios no lo reconocerá como su hijo, sino como un falso servidor que ha utilizado los dones divinos para alimentar su orgullo y manipular a los demás. Y tú, ¿vives los mandamientos como un acto de amor o como una obligación? ¿Buscas la aprobación de los demás o la de Dios?