Una joven desconocida para el mundo
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. (Lc 1,31)
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró. (Lc 1,26-38)
Con la Encarnación, la persona divina del Hijo entra en la historia humana. Pero para permitir la salvación de los hombres, Dios ha dispuesto pasar a través del consentimiento de una joven desconocida de Nazaret, un pueblo desconocido en Galilea. Evidentemente, incluso en este caso los caminos de Dios no son los nuestros, visto que estamos demasiado atentos al poder, al prestigio y a la consideración de los demás. Siguiendo el ejemplo de María Santísima, pidamos al Señor que nos vuelva mansos como ella a su voluntad, y que siempre nos demos cuenta de su intervención en nuestra vida.