Santa Catalina de Siena por Ermes Dovico
CARPI

Una exposición blasfema en la iglesia del obispo de Carpi. ¡Y lo llaman arte!

En la iglesia del museo diocesano de Carpi, una exposición de un artista local provoca reacciones indignadas: pinturas blasfemas de Jesús, la Virgen y la Magdalena. La Brújula Cotidiana ha visto las obras y el guía admite la provocación. Pero también nos encontramos con el engaño de los comisarios diocesanos que hacen pasar el sacrilegio por arte sacro. El obispo Castellucci tendrá que responder por ello.

Ecclesia 06_03_2024 Italiano

“Pero, ¿qué es eso que hay ahí?”. El visitante de la exposición se queda perplejo cuando ve el cuadro colocado a los pies del altar mayor de la iglesia de San Ignacio de Carpi. No parece querer creer lo que ven sus ojos. Lo mira, se acerca a él, lo escruta desde otra perspectiva. Luego, pensativo, entre escandalizado e indignado, exclama en voz alta: “¡Pero si es sexo oral!”.

Como en el cuento del “Rey Desnudo”, Carpi necesita más gente dispuesta a llamar a las cosas por su nombre, en lugar de esconderse detrás de los guiños a la soberbia artística como los que se están produciendo desde el sábado en el Museo Diocesano. Aquí, en la todavía consagrada iglesia de San Ignacio, se ha montado e inaugurado una exposición de un artista local, un tal Andrea Saltini (en la foto).

Esta exposición se llama “Gratia Plena” y tiene la ambición de definirse a sí misma como arte sacro, aunque no haya ni siquiera una lejana semblanza de lo sagrado –no hay más que visitarla para darse cuenta- en los cuadros expuestos. Tampoco parece muy religioso el propio artista, que en la entrevista del catálogo, titulada “La duda como sistema de creencias”, transita entre el ateísmo, la búsqueda de la espiritualidad, la lucha con lo divino y su atracción, todo ello en un batiburrillo de ideas, muchas y bastante confusas.

El cuadro que escandaliza e indigna representa a un Cristo en la cruz perfectamente reconocible por la inscripción INRI (que da nombre a la obra en yeso, cera y arcilla pigmentada) y las marcas de los clavos en sus pies. Sólo que delante de Cristo hay un hombre cuyo rostro está completamente vuelto hacia las partes íntimas de Nuestro Señor (que Dios nos perdone el atrevimiento de las palabras, pero es lo que hay), que ni siquiera está cubierto con un miserable trapo. La mano derecha está escondida detrás de los muslos del Redentor, mientras que la izquierda se extiende para apretar el costado de Jesús.
Dado que se trata de arte figurativo, aunque de estilo urbano, a cualquiera que observe, el cuadro le suscita justamente esa frase, que aplicada a la figura del Salvador desencadena una repulsión instintiva en los sentimientos de los visitantes.

Pero, ¿cómo es posible? ¿Una felación en una iglesia y en un cuadro que representa a Jesucristo? En sólo unos minutos (la inauguración tuvo lugar a las 18.30 en presencia del artista y de los comisarios, el sacerdote Carlo Bellini y Cristina Muccioli), la imagen recorre la diócesis y traspasa las fronteras locales. Va de chat en chat en Whatsapp e incluso llega a oídos de la Brújula Cotidiana. Tanto es así que fuimos a comprobarlo en persona armados con una cámara de fotos y convencidos de que debía haber una explicación racional. Pero no la había.

En lugar de eso, una vez dentro, un amable y joven guía nos ha acompañado haciendo el recorrido por la exposición que ocupa todo el espacio sagrado de la iglesia, de planta central, con la tarea de ilustrar las obras, describir sus características y, sobre todo, revelar lo que se supone que representa la imagen según las intenciones del artista.

Sí, de eso se trata: Al tratarse de arte contemporáneo, el conceptualismo prevalece por encima de todo, por lo que todo lo que uno ve no es más que un pretexto para decir otra cosa, para representar lo que uno ni siquiera hubiera imaginado en una vorágine cerebral y abstrusa donde se combina la provocación del artista con el engaño de los comisarios al querer representar una cosa, pero dándole un significado diferente, de manera que el visitante no sabe si es un ignorante por no entrar en el cerebro del artista o un imbécil por no haberse dado cuenta de que le han engañado.

EL CUADRO “INRI”

Así pues, llegados al cuadro INRI, la explicación que nos da la guía es la siguiente: “Es Longinos (el centurión ed.) aplastando la costilla de Jesús”. Ahora bien, aparte del hecho de que el centurión traspasó la costilla de Jesús con la lanza y no la aplastó (¿qué pasa con la frase de la Escritura “no se romperá ningún hueso”?), estas “licencias artísticas” son el menor de los problemas. La cuestión es dónde pone la cara el supuesto Longinos. Justo ahí, en la impensable y atrevida zona íntima.

Señalamos sutilmente a la guía que la vista ofrece algo muy distinto a una simple operación de “aplastamiento” de costillas. Algo sucio, algo blasfemo, algo profundamente sacrílego. Ella sonríe a regañadientes: “Bueno, puede ser... después de todo, provocar es una de las intenciones del artista”. Así pues, estamos seguros de que esa imagen, al mismo tiempo que pretendía representar al centurión, también podría representar en la provocación de Saltini ese acto que estamos cansados de imaginar.

Evidentemente, ésta es una de las técnicas de engaño que se ofrece a los visitantes desprevenidos que, habiendo entrado en una iglesia, esperan cualquier cosa menos conmoción: decir y no decir, disimular, dejar entender pero sin declarar, dejar ver pero sin indicar.
Pero, ¿y las demás obras? Junto al cuadro del INRI hay un “homenaje del artista a Caravaggio”: Jesús es rubio oxigenado y lleva un mono ajustado estilo orgullo gay mientras lo sostienen algunos personajes semidesnudos. ¿Por qué? Parece una Deposición, pero Saltini ha llamado al cuadro “Ascensión”, evidentemente sin tener en cuenta que para hacer arte sacro debe haber al menos un conocimiento elemental de la iconografía cristiana.

EL CUADRO “GRATIA PLENA”

Pero no acaba aquí, puesto que las ganas de provocar también se encuentran en otros cuadros. En Gratia Plena, por ejemplo, que da nombre a la exposición, vemos un tríptico que representa a una mujer en tres secuencias siendo desnudada y objeto de atención morbosa por parte de varios hombres que llevan una especie de escafandra.

La explicación del guía, incitado por el artista, es la siguiente: “El cuadro representa a la Virgen desnudada por los fariseos que quieren investigar su concepción virginal, pero en realidad ella se está vistiendo con una armadura”. En resumen, entre la absurda pretensión de imaginar la escena y la idea blasfema de una inspección ginecológica, la sensualidad de la Virgen propuesta es sorprendente, sobre todo en la imagen central donde se evidencian las formas sinuosas de un cuerpo que están mirando con una mezcla de escozor mezclado con invasividad.

¿Merece realmente un museo diocesano albergar una obra de la Virgen representada con esta mirada voyeurista? Un obispo que autoriza una exposición en un lugar sagrado, ¿puede tolerar que se ponga en duda la concepción virginal de la Virgen con el pretexto de un episodio inventado, ausente en las Escrituras, de la inspección farisaica de su cuerpo?

EL CUADRO “NOLI ME TANGERE”

La ambigüedad y una mirada dirigida siempre hacia algo carnal también están presentes en la obra que representa a una mujer en ropa interior, de la que se ve claramente cierta desnudez de piernas, brazos y parte de los senos, que recibe en su vientre a un hombre lacerado y casi moribundo, también desnudo. “El cuadro se llama ‘Noli me tangere’, que es la frase que Jesús le dice a María Magdalena (“no me toques” ed.) pero el artista ha querido representar el lavatorio de los pies”. A decir verdad, la imagen no recuerda ni la iconografía del Noli me tangere, donde Cristo ha resucitado, ni el lavatorio de los pies, como es obvio. Sin embargo, el mensaje que se desprende de la combinación de la vista y la descripción realizada es el de un Cristo que se abandona en los brazos de la Magdalena casi sin vida. ¿Blasfemia? ¿Locura? Que juzgue el lector.

Lo cierto es que además del puro gusto por la provocación, objetivo conseguido por Saltini con estas obras, está claro que también nos encontramos ante un engaño propuesto por el artista y propiciado por los comisarios y promotores de la exposición, es decir, la Diócesis de Carpi.

El arte figurativo puede ser simbólico o alegórico, pero nunca puede representar lo contrario de lo que declara. El engaño en el que caen los visitantes e incluso los fieles consiste en la seriedad de utilizar lo sagrado evocando imágenes impúdicas a las que se adjunta una sexualidad carnal y antinatural, rayana –en el caso de la crucifixión- en la violencia.
La pretensión del artista contemporáneo de obligar al espectador a entrar en su propio código de lenguaje totalmente subjetivo, desvinculado de cualquier tipo de racionalidad simbólica mínimamente compartida y codificada, es algo sumamente desorientador, además de perturbador para los sentidos de las personas mínimamente dotadas de cierto raciocinio y sensibilidad.

¿Es realmente necesario que la Iglesia propicie operaciones de voyeurismo pictórico capaces únicamente de profanar lo sagrado y perturbar la mirada y la conciencia? Sería interesante preguntárselo al artista, pero no hemos recibido respuesta a nuestra petición. Y quizá también al obispo de Módena Erio Castellucci, que dio luz verde al evento, quizá sin saber siquiera de qué se trataba.