Un luto atroz
Mi hija acaba de morir. (Mt 9,18)
Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. La noticia se divulgó por toda aquella comarca. (Mt 918-26)
La muerte le llega a todos; y quien no reconoce a Dios se engaña pensando que sobrevivirá en el recuerdo de sus contemporáneos y sus descendientes. Pero cuando la muerte le toca a un niño ni siquiera se concede a los padres esta débil esperanza. Jesús tiene piedad de esta desesperación inconsolable así que despierta tanto a la hija de la muerte terrenal con la resurrección, como la fe del padre y de los escépticos, que poco antes se burlaban, cuando da una señal verdadera de la potencia del Hijo de Dios. Y tú, ¿crees con certeza que existe la vida eterna?