Un ladrillo lanzado contra la ventana de América
Las violentas protestas en Milwaukee, vistas en directo. “Lo que no se ve en las noticias son las secuelas, son los silenciosos escombros dejados por la política de ‘dejémosles saquear, dejémosles pasar’”. Pero la experiencia sirve como una llamada de atención para empezar a reconstruir, no sólo los escaparates, sino también la sociedad.
Se ha lanzado un ladrillo contra la ventana de América esta semana. Ha aterrizado en el suelo del dormitorio con un golpe sordo.
En un nuevo episodio de los últimos disturbios grabado por el periodista de Townhall.com Julio Rosas, los alborotadores eligieron Wauwatosa, un suburbio de Milwaukee, Wisconsin, como el lugar para superarse a sí mismos. Después de romper las ventanas, después del gas lacrimógeno y la ruptura de las barreras de la Guardia Nacional, el ladrillo saltó directamente a través de la ventana de tu casa. “¿Mi ventana?”, me preguntaréis incrédulos. Sí, tu ventana, mi ventana, nuestra ventana. Y gracias a Dios que el ladrillo ha llegado, porque es hora de despertar.
Fui la primera en despertar de mi sueño. Escuché cómo el ladrillo rompía la ventana, porque allí estaba yo, escondida a medio kilómetro, en mi casa, esperando que pasara la protesta. Los historiadores del Holocausto descubrieron que la gente tiene una capacidad casi infinita de adaptarse. Redefinimos la normalidad y nos adaptamos, y luego nos adaptamos un poco más. Nos decimos a nosotros mismos que todo está bien y quitamos lo que es tan aterrador que resulta inasumible.
Y ahora damos un paseo en nuestra nueva y anestesiada tarde americana. Toque de queda: hecho. Llegar a casa del trabajo temprano para que podamos volver antes de que la orden entre en vigor a las 7:00 p.m.: hecho. Pasar por el centro comercial y observar que se han construido barreras de hormigón, hay vehículos militares y soldados armados de la Guardia Nacional en la calle, a plena luz del día: hecho. Enviar mensajes a los amigos para cancelar los planes de la noche: hecho. Cenar y ver el debate de los vicepresidentes en la televisión: hecho. Escuchar el sonido de las aspas de los helicópteros militares en su cabeza. Fingir que todo está bien.
Luego recibes una nueva orden que te obliga a encerrarte en casa. Te dicen que asegures tu casa y que te alejes de las ventanas. La barrera policial se ha roto y los alborotadores se están acercando a tu vecindario. Entonces compruebas de nuevo que todas las puertas estén cerradas, subes a la planta de arriba, apagas todas las luces y esperas. Las únicas cosas que se mantienen encendidas son la pantalla de tu móvil y la luz del pasillo. Lo único que te protege ahora es la arbitraria voluntad de los insurgentes. Cada lugar que eligen deja señales de su paso. Esperemos que se vayan a otro lugar.
Y entonces los oyes llegar justamente a tu calle: bombonas, caos, ladrillos tirados contra el escaparate de la lavandería y contra la puerta de la farmacia, la devastación, con grotesca precisión, del centro de enseñanza. Un solo delincuente, armado con un bate, completa el trabajo de destrucción. Las tiendas de la calle están destruidas: hecho.
Entonces todo cambia, porque esta vez no es suficiente. Los alborotadores se dirigen a las casas, a lo largo de la calle. Corren a las ventanas de las fachadas y lanzan sus ladrillos. Algunos alborotadores llaman al orden a los más salvajes: “¡Eh! ¡Hay personas que viven ahí! ¡Son casas donde vive la gente!” gritan, como se puede escuchar en el video de Rosas. Es un crimen inédito y es demasiado. Repetir lo que es obvio ahora se ha convertido en una última apelación a la ley y el orden. El manifestante tiene razón: hay gente que vive en esas casas. Esa ventana rota pertenece al apartamento de una mujer de setenta años. El hombre de la casa se apresura a consolar a esa mujer que tiembla de miedo. Podría ser tu madre. Podrías ser tú.
Lo que no se ve en las noticias es lo que sucede después, los silenciosos escombros dejados por la política de “dejémosles saquear, dejémosles pasar”. Ahora nos toca a nosotros recoger los pedazos, las casas y tiendas destruidas, así como a sus vecinos intactos gracias a que estaban protegidos, montar las barreras de madera contrachapada para las ventanas rotas y las cubiertas para las puertas. Ayer fui a comprar a la tienda, aparentemente cerrada pero aún abierta: todos estaban tensos y tenían que cerrar temprano para respetar el continuo toque de queda. Vallado pero “abierto” al público: ésta es la nueva paradoja americana, además de poner en cuarentena a los sanos y cerrar las iglesias para salvar a los cristianos. Ahora cerramos las tiendas, reemplazamos las ventanas y seguimos adelante.
Pero no podemos volver a dormir, son sueños agitados. La ventana rota de América cuenta. Nuestros vecinos cuentan. Nuestro hogar importa. Y la cobertura mediática de estos crímenes cuenta. Gracias, Julio Rosas. América estuvo contigo esta semana. Lo vimos y lo apreciamos. Si no hubieras sido tú, ¿quién lo habría hecho?
Las únicas cosas que nos quedan cuando se rompen las barricadas son Dios y nosotros mismos. La respuesta no es sólo volver a nuestras vidas, derribar las barreras de madera contrachapada en unas pocas semanas y recuperar nuestra nueva normalidad común. La respuesta es encontrar un lugar para servir. Servir a la sociedad civil, atender las necesidades educativas de nuestros vecinos, dedicar tiempo al voluntariado, transmitir sus ideales y reconstruir lo que está roto.
No sucederá de la noche a la mañana. Estaré encerrada en casa algunas noches más, revisando los tuits del departamento de policía. Pero tenemos que salir de esto cambiados. El ladrillo que rompió la ventana de América esta semana fue el primero y debe ser el último. Ofrezco clases particulares gratis a los estudiantes de secundaria de la MPS (Escuela Pública de Milwaukee) cuyas clases han sido suspendidas y que no están muy interesados en su supervivencia educativa. Nivea se ha inscrito para venir a clase el próximo sábado. Es un comienzo, un parche en la brecha. Y cuenta. Empecemos a reconstruir.