“Tucho” en el antiguo Santo Oficio para dejar pasar la “línea Paglia”
Es una relación simbiótica la que une al Papa con el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el hombre adecuado en el lugar adecuado para romper todas las certezas con discernimiento.
Desde hace tiempo se sabe de la relación muy privilegiada entre "Tucho" y Bergoglio: su nombramiento como Rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, en 2009, fue obra del entonces Cardenal Arzobispo de Buenos Aires quien, al parecer, tuvo que viajar a Roma para desbloquearlo, ya que la Congregación para la Educación Católica se le había opuesto por la cuestionable ortodoxia del candidato. Luego, apenas ascendió al trono de Pedro, el papa Francisco lo nombró arzobispo y, en 2018, lo colocó al frente de la diócesis de La Plata.
Es curioso que en el comunicado de nombramiento no figure la fecha precisa del inicio del encargo, sino la simple afirmación de que “tomará posesión de los cargos a mediados de septiembre de 2023”. Día más, día menos, como si se hubiera decidido a toda prisa. Un “como si” que se convierte en “muy probable” si se leen algunos pasajes de la carta del propio Fernández, publicada en su página de Facebook en respuesta al nombramiento, en la que revela que el Papa Francisco ya le había pedido aceptar el encargo. “Sin embargo, cuando estaba en el hospital, me volvió a preguntar lo mismo. Pueden imaginar que era imposible decir que no”.
En la práctica, hace menos de un mes, el Papa habría decidido uno de los nombramientos más importantes desde el hospital, durante su convalecencia, con una llamada telefónica. Al modo Bergoglio: sacando uno de los números de su agenda, informando (quizás) sólo a sus amigos más cercanos – quién sabe si entre ellos todavía estaba su amigo de Pescara, el que había llamado en su anterior hospitalización en el Gemelli -, y dando entonces orden de despejar el escritorio del Cardenal Ladaria, dado que “Tucho” estaba por llegar. Un momento perfecto para evitar la molestia de encontrar algún cardenal furioso en el camino, como cuando corrió el rumor del posible nombramiento de Mons. Heiner Wilmer, obispo de Hildesheim, como sucesor de Ladaria.
La venganza de Bergoglio llegó desde el hospital, lugar ideal para quien quiere la Iglesia como hospital de campaña, un proyecto que con este nombramiento quedará plenamente cumplido, con muertos y heridos por todos lados. Porque Fernández, en fondo, ya lo conocemos: es como Francisco. Y Francisco es Fernández, hasta que la muerte los separe; o que los separe uno de esos claros de luna con los que el pontífice ya ha tirado por la ventana, en repetidas ocasiones, a esos “amigos” que había dejado entrar por la puerta.
Hoy en día están en simbiosis, no solo porque ambos son argentinos. De hecho, se sabe que detrás de la redacción de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium estuvo la mano de Fernández, quien incluso nos dejó su firma en la cita del § 263 (nota 207), como si fuera un Padre de la Iglesia. ¿Y qué hubo de brillante en el discurso de apertura del I Congreso Nacional de Doctrina social de la Iglesia, de 2011, para nombrarlo en un documento pontificio? Nada. Una simple exhortación a no considerar nuestros tiempos más difíciles que otros. Pero era la cita de “Tucho”.
Se sabe que Amoris Laetita (AL) también fue en gran parte fruto del trabajo del exrector, con cientos de sus escritos recogidos en el texto de la exhortación postsinodal, como señaló Sandro Magister en 2016. El arzobispo argentino también fue uno de los principales autores de la carta confidencial que los obispos de la región pastoral de Buenos Aires enviaron al Papa Francisco el 5 de septiembre de 2016, con las directrices para la interpretación y aplicación de AL. En esta carta se sostenía que, en algunos casos concretos, AL abre la puerta a la posibilidad de recibir válidamente la absolución y de comunicar a los fieles que siguen viviendo more uxorio. A esta carta, el Papa respondió el mismo día, confirmando esa interpretación. Cuatro cardenales hicieron preguntas sobre la controvertida exhortación, pero ninguno de ellos era digno de una respuesta. Al “Tucho” en cambio la respuesta le llegó en tiempo récord.
Una de nuestras fuentes, que conoce el catolicismo argentino y los escritos de Fernández, tiene más que sospechas de que incluso la carta de nombramiento del Papa es obra suya: “es su forma de escribir: corta, precisa, con órdenes prácticas, tratando de causar una buena impresión a todos, notas inútiles y repetitivas. Sus objetivos se encuentran en esa carta... ‘En nombre de un Dios al que no se le pueden poner límites’ –expresión que le gusta repetir– dañará la fe católica revelada”.
Incluso la polémica referencia, cuya razón de ser es sólo el desconocimiento de la historia y de la fe, a los “métodos inmorales” que el Santo Oficio y la Congregación para la Doctrina de la Fe habrían utilizado “en otros tiempos (...) en el que, más que promover el conocimiento teológico, se perseguían los errores doctrinales”, es un tema no ajeno a las manifestaciones de Fernández. Basta pensar en la homilía del pasado 5 de marzo (de ella hablamos aquí), en la que el arzobispo de La Plata señalaba con el dedo a la Iglesia, que “durante muchos siglos (…) sin darse cuenta ha tejido toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a las personas, de poner etiquetas: esto es así, éste puede comulgar y éste otro no, éste puede ser perdonado y éste otro no”. Es una singular coincidencia que en la carta de nombramiento se haga referencia explícita a no ser “enemigos que señalan y condenan”.
Esta homilía revela otra superposición importante entre los dos argentinos: la condena de quienes se atreven, de acuerdo con el Derecho Canónico, a negar la Comunión a ciertas categorías de fieles y la fijación en querer llevar adelante la idea heterodoxa de que el sacerdote debe absolver siempre, sin exigir las tres condiciones esenciales para la validez del sacramento: contrición, confesión y satisfacción. Y fue también herética la delirante tesis de "Tucho" de que el Papa puede residir en las Maldivas y montar dicasterios por todo el mundo (aquí la dura condena del cardenal Müller).
Está claro que la persona de Fernández y la misión específica que le encomienda la carta de nombramiento están hechas a la medida de la Asamblea Plenaria del Sínodo que comenzará en otoño: cualquiera que se atreva a objetar las “aperturas” que se están ventilando, será inmediatamente acusado de ser uno de los que había utilizado los “métodos inmorales” y podrá saborear los métodos dialogantes y suaves del dúo argentino. Un nombramiento estratégico, pero también una señal de que el Papa advierte evidentemente que la arena de la clepsidra de sus propias fuerzas está abandonando el cono superior.
Pero Fernández también es la persona adecuada para dejar pasar, finalmente sin problemas, la línea que Mons. Paglia adoptó para la Academia Pontificia para la Vida y el Instituto Juan Pablo II. Es un fanático del discernimiento supra todos, del caso por caso, de la inexistencia de actos intrínsecamente desordenados. En definitiva, no solo es el clon de Francisco, sino también el de Paglia. Pero algo exquisitamente original podría traer el “Tucho”: un curso obligatorio en el Instituto JPII sobre el arte de besar, o incluso una propuesta de modificación al cardenal Roche sobre el signo litúrgico de la paz, que podría transformarse en un hermoso beso estilo ruso. Así podría ampliarse el libro más conocido de “Tucho”, que lamentablemente la Oficina de Prensa del Vaticano olvidó dar a conocer en las numerosísimas publicaciones de este nuevo genio de la teología.
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