San Francisco de Jerónimo por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

Testimonios sin miedo

Se retiró otra vez a la montaña él solo. (Jn 6,15)

Después de esto, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo». Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo. (Jn 6,1-15)


Jesús, cuando sabe que buscamos más sus dones que a Él mismo, se retira como hizo después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Las señales que Jesús cumple deben conducirnos a su significado más profundo y no dejarnos en la superficialidad. He aquí que el increíble milagro de la multiplicación de los panes y los peces debe hacernos reflexionar seriamente sobre el gran don que nos hace Jesús en la Eucaristía, para que, una vez recibido en nosotros el cuerpo de Cristo, seamos testimonios sin miedo del amor de Dios por nuestros hermanos.