Sor Zaira, de la vocación a la santa muerte
"¡Celebrad, porque estoy con Jesús!", éste fue el testamento espiritual que Sor Zaira Dovico dejó pocos días antes de su muerte a los 49 años y medio a causa de un cáncer. Recorremos el nacimiento de su vocación y, con el testimonio de su hermano, su último tramo de vida terrena.
"Sea como sea, caigo en las manos del Dios vivo. No sabemos el plan de amor que Él tiene para cada uno de nosotros. No te faltará nada porque, si voy al cielo antes que tú, podré obtener muchas gracias". Éstas son algunas de las palabras que Sor Zaira Dovico (25 de noviembre de 1974 - 26 de mayo de 2024), mi hermana, pronunció el pasado 26 de abril, un mes antes de su muerte, dirigiéndose -en mi presencia- directamente a nuestra madre, que el día anterior había acudido a Munich para estar junto a su lecho. Esas palabras encierran las piedras angulares que Sor Zaira, como cuando estaba sana, transmitió durante toda su enfermedad: la fe en la resurrección, la certeza de un Dios que nos ama, la comunión de los santos. Si no creyéramos en esta realidad, "seríamos paganos", como ella recordaba todavía, incluso en siciliano, para hacer más efectivo el concepto.
Sintió los primeros síntomas de la enfermedad entre enero y febrero de este año, entre una actividad y otra en "su" Munich. Aquí hay una pequeña comunidad de las Suore del Bell'Amore (Hermanas del Amor Hermoso), instituto fundado en 1994 en Palermo por Sor Nunziella Scopelliti y del que Zaira fue una de las primeras hijas, ya que precisamente en aquella época comenzaba su preparación para los votos religiosos.
En Baviera, tras un interludio inicial al comienzo de su vida consagrada, mi hermana se trasladó definitivamente en abril de 2012, aportando la alegría y la sonrisa -combinadas con un carácter decidido- que tan bien conocen quienes la conocieron. "Nos uniste no sólo a nuestros hijos, sino también a otras familias", reza una de las varias cartas dedicadas a ella, que los familiares hemos recibido en los últimos días de amigos italianos en Múnich y que refleja lo que nos han contado, por escrito o verbalmente, otros testigos tanto en Alemania como en Italia. "Con palabras sencillas nos transmitías tu amor a Jesús y a María y nos mostrabas el camino de la fe. Nos enseñaste a unirnos en la oración por los demás. Y rezando vimos grandes cosas, vimos la presencia de Jesús entre nosotros". Esta presencia, que el Señor mismo nos prometió (Mt 18, 19-20), se ha manifestado en toda una serie de gracias, muchas 'invisibles' y más espirituales, otras aún más tangibles, cada una de las cuales responde a un nombre preciso. Se ha manifestado entre los niños, hacia los que mi hermana nutría, más aún, nutre un amor especial. Se manifestó entre los enfermos, su otro gran campo de apostolado en Munich, donde iba de hospital en hospital para llevar consuelo.
El pasado mes de septiembre, Sor Zaira había celebrado el 25 aniversario de sus primeros votos. Fue una celebración inolvidable, con una asistencia que superó con creces las expectativas. Varios de los méritos de mi hermana no me eran desconocidos, pero en aquel momento aquel pueblo unido por una fe común me había hecho reflexionar sobre lo que significa tener una mujer consagrada y fiel al Señor, un pensamiento que "encontré" al final del relato que una colaboradora de Contatto (revista de la comunidad católica italiana de Munich) había escrito para la ocasión.
En aquella ocasión, mi hermana había contado cómo surgió su vocación, cómo el encuentro con la persona viva de Jesús se había convertido para ella en "una experiencia de felicidad", aquello que más que ninguna otra cosa daba sentido a su vida, que le había sonreído desde la infancia, rica como era de amigos, de "travesuras", como ella las llamaba, de capacidad de estudio y de intereses diversos, como el ballet, en el que destacaba. "Cuanto más avanzaba", relataba, "más se revelaba mi alegría (...) como don y fruto de mi relación con Dios, por el que me adhería profundamente en todos los aspectos de la vida, incluido el dolor. De hecho, incluso cuando sufría o cuando mis errores despertaban en mi conciencia el dolor de haber ofendido a Jesús, cuanto más fuerte era mi confianza en su Amor, volvía a poner mi mano en la suya y continuaba mi camino". La idea del matrimonio no le desagradaba y, cuando se enamoró seriamente por primera vez, sabía que sería correspondida. Pero la voz de Dios le resultaba "irresistible", así que siguió adelante con su antigua intención de consagrarle su virginidad.
Este camino culminaría después con su adhesión al carisma del Amor Hermoso, entre aquellas hermanas que, según resumió el pasado septiembre, "no quieren dejar solo a Jesús en la Iglesia, herida en todo momento por diversos males, y quieren vivir en comunión con María sin escandalizarse de la cruz". Se propuso ser signo, en las diversas relaciones interpersonales, de la "belleza de la comunión trinitaria": es el primer punto del carisma del Amor Hermoso, que Sor Zaira volvió a recordar en septiembre de 2023, tanto al final del relato de su vocación como al final de un breve discurso sobre el sentido de nuestra vida aquí abajo ("una peregrinación hacia el Cielo").
Era importante hacer este excursus porque ella, a pesar de sus defectos humanos, no se escandalizaba de la cruz, ni siquiera cuando le tocaba directamente. En marzo de este año se le diagnosticó un tumor metastásico en varias partes del cuerpo, diagnóstico que sólo se definió plenamente durante su hospitalización, que duró todos los últimos 73 días de su vida terrenal. Como también conté el día de su funeral, tuve la gracia de poder estar con ella durante mucho tiempo, y puedo dar testimonio -al igual que otros seres queridos, las hermanas y los amigos que pudieron hacerle compañía, algunos a diario, otros sólo durante unos minutos- de la serenidad que tuvo durante el transcurso de su enfermedad, junto con su talante alegre y su risa habitual.
Por supuesto, hubo días y momentos más difíciles que otros, pero esta serenidad incluso creció, gracias al apoyo de su fe y a las innumerables oraciones que se elevaron por ella, incluso por parte de completos desconocidos, involucrados en la oración por nosotros, familiares, amigos, amigos de amigos... Pedimos, especialmente a través de una novena, la gracia de la curación, si esto volviera a la mayor gloria de Dios. Pero en los santos designios de Dios, esta mayor gloria debía pasar no por una curación física, sino por una santa muerte, como mi hermana comprendió muy bien: una muerte capaz de conformarla más plenamente a su Esposo, Jesús, crucificado y resucitado, participando en su obra de Redención.
Ella había comprendido -y por eso me citaba a santa Bernardita- que debía ser, por la aceptación de esta cruz, un instrumento para los demás. La Madre celestial la acompañó, con san José y los demás santos, a lo largo de este camino. "Sería bonito ir al cielo en mayo, en el mes de Nuestra Señora", dijo el 29 de abril. Se sentía una amada esposa del Señor, sostenida por la firme esperanza de la vida eterna. Por eso, sabiendo que se acercaba el momento extremo, había dejado este "testamento" a sor Nunziella: "¡Celebrad, porque estoy con Jesús!".
Ese momento llegó precisamente en el mes de María, el domingo 26 de mayo, que este año era la solemnidad de la Santísima Trinidad: la misma Trinidad que estaba en el punto culminante de sus discursos. Y ésta fue sólo la última de las muchas caricias recibidas, todavía en la tierra, del buen Dios.