Si la diplomacia vaticana se alimenta de mentiras
Una nueva intervención de monseñor Carlo Maria Viganò enciende de nuevo los reflectores sobre la extraordinaria carrera de monseñor Edgar Peña Parra, número 2 de la Secretaría de Estado perseguido por acusaciones de homosexualidad, abuso y corrupción. Pero la historia va mucho más allá del caso personal...
Monseñor Carlo Maria Viganò vuelve a intentarlo: con una larga carta publicada en italiano en el blog de Aldo Maria Valli, el ex nuncio apostólico en Estados Unidos y gran acusador del Papa en el “caso McCarrick”, intenta presentar de nuevo el dossier sobre el número 2 de la Secretaría de Estado del Vaticano, el venezolano Edgar Peña Parra, quien en el 2018 ocupó el lugar del cardenal Angelo Becciu, ahora caído en desgracia.
Dijimos que vuelve a intentarlo porque en realidad las acusaciones de Viganò contra Peña Parra -por homosexualidad, abuso sexual y corrupción- se remontan a junio de 2019, cuando publicó declaraciones detalladas en una entrevista con el Washington Post. Pero el periódico decidió anular esa parte de la entrevista al no publicar las revelaciones, pero prometiendo hacerlo después de una investigación adicional. Cosa que no sucedió, así que en julio siguiente monseñor Viganò lo publicó por su cuenta en un largo artículo en LifeSiteNews.
Aunque las acusaciones muy detalladas, fueron muy pesadas, fueron sustancialmente ignoradas por los principales periódicos y sobre todo por la Santa Sede. Ahora, casi año y medio después, Monseñor Viganò vuelve a proponerlas, pero en la perspectiva de desmantelar la narrativa oficial, creada por la comunicación vaticana y apoyada de buen grado por los grandes periódicos seculares, de un Pontífice-Superhombre que lucha solo contra el mal y la corrupción de la Curia Romana. Es la narrativa relanzada tras el caso Becciu para justificar esa sentencia sin juicio y volcar la imagen de un Papa tirano y voluble, más Perón que un buen pastor.
El testimonio de Viganò también es interesante porque cuestiona directamente tanto al secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, como al cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del grupo de cardenales que apoyan al Papa en la reforma de la Curia romana. Ambos están acusados de haber encubierto y favorecido el ascenso de Peña Parra y -en lo que respecta a Maradiaga- de ser directamente cómplice de sus fechorías.
Pero aquí está el punto: “Cualquiera que piense que esta destitución [del cardenal Becciu, ed.] servirá para contrarrestar la corrupción de la Curia romana - escribe Monseñor Viganò – quedará desconcertado al saber que quien ha tomado el lugar de Becciu como sustituto y debería sanar los desastres de la mala gestión y de las intrigas de Becciu es igual, de hecho, incluso más chantajeable que su predecesor. Este chantaje es el requisito indispensable para poder ser maniobrado por quienes, presentándose como reformadores de la curia y castigadores de un clericalismo no identificado, de hecho, se han rodeado de personajes corruptos e inmorales, promoviéndolos y encubriendo investigaciones que les conciernen”.
En otras palabras, no hay trabajos de limpieza en curso, solo una lucha interna entre pandillas con la alternancia de personas igualmente comprometidas y chantajeables.
De hecho, ha provocado una cierta sensación el hecho de que la Santa Sede haya enviado primero al cardenal Madariaga - con entrevistas en los periódicos italianos Repubblica y Stampa - para explicar las razones morales de la expulsión de Becciu y para dictar la línea sobre la labor anticorrupción del Papa, cuando en el pequeño círculo de amigos del Papa Francisco es el personaje más comentado: aquí también corrupción y cobertura de abuso sexual en su diócesis.
Pero ciertamente la posición que más deja perplejos es la del secretario de Estado, el cardenal Parolin. Si el escrito de monseñor Viganò lo pone contra la pared por su responsabilidad en la extraordinaria carrera de un personaje polémico como Peña Parra, no se puede olvidar su papel en hechos muy actuales: el acuerdo con China y la carta a las nunciaturas con la explicación de las palabras del Papa sobre las uniones homosexuales. En cuanto a China, basta recordar las palabras del obispo emérito de Hong Kong, el cardenal Joseph Zen, quien mostró al mundo las mentiras del cardenal Parolin sobre la situación china para poder justificar un acuerdo cabestro. Y en cuanto a las uniones homosexuales, ya hemos comentado cómo el parche era peor que el agujero; pero sobre todo perturba la mentira de que la aprobación del reconocimiento legal de las uniones homosexuales no socavaría la doctrina.
En los simples fieles católicos no puede dejar de crear embarazo el uso sistemático de mentiras y subterfugios para justificar elecciones “políticas” y personales. En todos estos eventos, se va mucho más allá del uso comprensible de lenguajes y acciones diplomáticas. Pero algo vergonzoso en sí mismo se vuelve dramático cuando se considera que están en juego los contenidos de la fe (ver uniones homosexuales) y el significado del testimonio y el martirio (ver China).