Santos protomártires franciscanos
San Francisco los había enviado a anunciar Jesús a los musulmanes en España, una gran parte de la cual estaba entonces bajo el dominio del islam, y en Marruecos. Después, cuando le llegó la noticia del glorioso martirio Francisco dijo: «Ahora puedo decir con certeza que tengo cinco verdaderos frailes menores»
San Francisco los había enviado a anunciar el evangelio a los musulmanes en España, una gran parte de la cual estaba entonces bajo el dominio del islam, y en Marruecos. La misión franciscana inició en 1219, coronando un deseo del santo de Asís que, ese mismo año, mientras estaba en marcha la quinta cruzada para liberar los lugares santos de Palestina, hizo etapa en Egipto donde se dirigió al campamento del sultán para instarlo a la conversión, diciéndole que él y sus súbditos lanzaban blasfemias contra el nombre de Cristo.
Fue en este contexto histórico cuando los frailes Berardo, Otón, Pedro, Acursio y Adyuto recibieron de Francisco la bendición el día de Pentecostés y se dirigieron hacia España, cuando la Reconquista definitiva aún estaba lejos (no llegó hasta 1492). Formaba parte de la misión un sexto franciscano, Vital, que cuando llegaron a Aragón enfermó y tuvo que desistir de la misión.
Los cinco misioneros prosiguieron su camino bajo la guía de Berardo y llegaron a Coimbra, donde fueron recibidos por Urraca, reina de Portugal, que se quedó impresionada por su virtud. Después pasaron por Alenquer para visitar a la hermana del rey Alfonso II, la beata Sancha de Portugal, una abadesa que les dio vestimentas ordinarias. Por fin llegaron a Sevilla. Tras una semana de descanso en casa de un cristiano, se volvieron a poner el hábito y fueron a predicar el evangelio en una mezquita, denunciando la falsedad de las enseñanzas de Mahoma. Fueron expulsados violentamente, pero sin perderse de ánimo se presentaron ante el califa, que en cuanto oyó que le hablaban de convertirse pensó en matarles, salvo que luego se dejó aconsejar y decidió dejarles libres para que partieran hacia Marruecos, con la orden de no volver a predicar en nombre de Jesús.
En cuanto llegaron al país africano, a bordo de una nave del infante Pedro de Portugal (hermano de Alfonso II), los frailes volvieron a proclamar por las calles el mensaje cristiano, y el califa local ordenó su inmediata expulsión. El infante Pedro hizo que les escoltaran hasta Ceuta, pero a mitad del camino consiguieron huir y volvieron heroicamente a predicar en Marruecos, suscitando la ira del califa, que los encerró veinte días en una prisión subterránea sin alimento ni agua: fueron liberados porque, a instancias de un consejero, el soberano constató que después del ayuno forzado los frailes estaban mejor que antes. Intentaron retomar su misión, pero algunos cristianos les detuvieron por temor a las represalias. Fueron conducidos de nuevo a Ceuta y, de nuevo, consiguieron escapar.
Se les obligó a unirse a una expedición de soldados musulmanes y cristianos, unidos para detener una rebelión interna; cuando el ejército estuvo a punto de sucumbir por la deshidratación, Berardo excavó una fosa en el desierto de la que surgió abundante agua, que se secó en cuanto los soldados se marcharon. El califa fue informado del milagro por su propio hijo, que había sido testigo ocular, pero de nada sirvió. Tras una maravilla inicial, se enfureció ante la insistencia de los frailes de querer seguir anunciando a Cristo e hizo que los fustigaran y encarcelaran. Después fueron arrastrados por las calles sobre trozos de cristal y derramaron aceite hirviendo sobre su piel, pero soportaron el calvario con extraordinaria dignidad. Asombrado por su resistencia, el califa intentó que se convirtieran al islam prometiéndoles riquezas y mujeres. Ante su enésima negativa, ordenó su decapitación, que se llevó a cabo en Marrakech el 16 de enero de 1220.
Tras los ultrajes sufridos, también post mortem, los cuerpos de los cinco protomártires franciscanos fueron recuperados por los portugueses y llevados a Coimbra. Aquí, un joven canónico regular se quedó tan conmocionado por su martirio que, a su vez, decidió entrar en la Orden franciscana y viajó a Marruecos para continuar el anuncio de Cristo (la misión no llegó a término debido a una enfermedad tropical que le tuvo bloqueado durante meses): ese joven era san Antonio de Padua. Al cabo de un año conoció a san Francisco, el cual, cuando le llegó la noticia del martirio, había dicho: «Ahora puedo decir con certeza que tengo cinco verdaderos frailes menores».