Santa Rosalía
Rosalía había nacido en una familia de la alta nobleza. El día antes de las nupcias, mientras se miraba en el espejo, vio reflejada la imagen de Jesús que sufría...
En el Monte Pellegrino, el promontorio símbolo de Palermo, se encuentra un santuario excavado dentro de una gruta natural que trasuda agua. Es ahí donde santa Rosalía (1130-1170, aproximadamente), «la Santuzza (la Santita)» para los palermitanos, vivió la última fase de su vida terrena. La tradición refiere que Rosalía había nacido en una familia de la alta nobleza, del conde Sinibaldo de’ Sinibaldi y de María Guiscardi, la cual estaba estrechamente emparentada con la dinastía normanda de los Altavilla. La niña creció en la fe cristiana y fue educada alternando la villa paterna y la corte de Roger II. Era muy hermosa y hacia los 15 años un noble llamado Balduino la solicitó como esposa. El día antes de las nupcias, mientras se miraba en el espejo, vio reflejada la imagen de Jesús que sufría, como le será revelado a la sierva de Dios María Roccaforte (1597-1648), una mística benedictina de Bivona (provincia de Agrigento), muy devota de Rosalía, y que para conocer su vida había ofrecido a la Virgen oraciones y ayunos.
La joven comprendió claramente la voluntad de Dios sobre ella. Volvió al Palacio Real con las trenzas cortadas, declinó la oferta de matrimonio, dio a conocer su vocación y lo dejó todo, retirándose al cercano monasterio basiliano del Santísimo Salvador. Las continuas visitas de los padres y del ex prometido, que procuraban disuadirla, la convencieron de que había llegado la hora de dejar Palermo. Entregó a las monjas una carta en griego y una cruz de madera y encontró refugio en las posesiones paternas en Santo Stefano Quisquina, distante unos ochenta kilómetros de la capital siciliana, en una gruta que había visitado cuando era niña. Ahí vivió durante siete años, dedicándose a la penitencia y a la contemplación de Dios. Pero después de que algunos habitantes del lugar la descubrieron, cambió refugio y durante otros cinco años vivió en una caverna en el Monte delle Rose, en el territorio de Bivona.
Pasados en total doce años, la todavía joven Rosalía regresó a Palermo estableciéndose hasta el día de su nacimiento al Cielo, un 4 de septiembre (hacia 1170), en la gruta ya citada del Monte Pellegrino, donde se encontraba una pequeña iglesia de estilo bizantino, regida por monjes benedictinos. Su culto comenzó muy pronto y está atestado desde, por lo menos, 1196, en un Codice que perteneció probablemente a Constancia de Altavilla, así como en una antigua tabla de madera y un altar del siglo XIII. Palermo le dedicó también dos capillas, pero su veneración fue debilitándose, hasta que en 1624 su culto refloreció. En ese momento la Providencia dio a conocer las virtudes de su humilde hija, que había elegido vivir en el escondimiento para consagrarse totalmente a Dios.
En ese año, mientras Palermo sufría por la peste, una enferma llamada Girolama Gatto fue curada por intercesión de la santa y, después de haber recibido en visión indicaciones precisas de parte de Rosalía, refirió a los frailes franciscanos el punto exacto donde se encontraban sus reliquias, encontradas el 15 de julio. Unos cuarenta días más tarde, dos albañiles palermitanos que había ido a Santo Stefano Quisquina encontraron en una gruta una inscripción en latín que decía: «Yo Rosalía, hija de Sinibaldo della Quisquina y [del Monte] delle Rose, por amor de mi Señor Jesucristo, he decidido vivir en esta gruta». El 13 de febrero Rosalía se apareció al artesano del jabón Vincenzo Bonelli, que había perdido a su joven mujer a causa de la peste y había subido al Monte Pellegrino con la intención de suicidarse.
La santa le exhortó al arrepentimiento y le pidió que informara al cardenal y arzobispo Giannettino Doria de que los huesos encontrados el año anterior eran verdaderamente suyos. Añadió que debían ser llevados en procesión, porque la Santísima Virgen le había prometido que la epidemia cesaría al paso de las reliquias durante el canto del Te Deum. Como prueba de la verdad de sus palabras, garantizándole la salvación del alma, Rosalía le dijo a Bonelli que él mismo contraería al improviso la peste, de la que moriría después de haber referido todo al cardenal Doria, que - a causa de esa serie de acontecimientos - le creería. Y así fue. La procesión solemne tuvo lugar el 19 de junio de 1625, y desde entonces la peste remitió rápidamente, hasta desaparecer del todo. La noble eremita fue elegida patrona de Palermo, convirtiéndose en poco tiempo en una de las tres santas sicilianas más populares junto a las dos grandes mártires de la antigüedad, santa Águeda y santa Lucía.